Entradas

Mostrando entradas de julio, 2012

El gol de Rafa

- Mamá puedo salir a jugar al parque? Pepe y los demás están jugando fut.  Dijo Rafa, parado junto a la puerta de la cocina.  -No sé, ya es tarde. ¿Terminaste tu tarea?,  Contestó la madre, mientras enjabonaba los platos de la comida. -Hoy no me dejaron ma, sólo tenía que leer algo, pero ya lo leí en la escuela. ¡¿Ándale si?! -Está bien, pero cierra la puerta, ten cuidado al atravesar la calle y en cuanto empiece a oscurecer te regresas ¿Ok?.  No tuvo tiempo de contestar, sus pies ya se encontraban en movimiento, con el corazón acelerado y con las prisas de aprovechar el tiempo salió disparado. Sus nueve años acumulados en poco menos de metro y medio de lo que se supone debían ser músculos, pero en su lugar sólo se encontraban delgados huesitos cubiertos de piel blanca rallada con decenas costras y pintada con moretes, especialmente en las rodillas y codos. El punto que delata a los aventureros que no se conforman con ver el mundo al nivel del suelo, tienen que subir

Gritos, tacones y pistolas.

No falta decir que era una noche como cualquiera, no sobra decir que tomamos el camino que siempre tomamos, las mismas calles, mismas avenidas, vuelta aquí, semáforo y continúa. Nada complicado a decir verdad, un trayecto que no suele llevar más de 4 minutos, pero anoche ése trayecto se convirtió en lo que pudo ser una pesadilla. Para mi, para él, y para ella.  Camioneta negra, doble cabina, probablemente levantada, vidrios polarizados. Aléjate pronto, ese hombre puede ser peligroso. Es lo primero que dice mi mente al ver esas características. ¿No es ese vehículo el que transporta las cabezas crueles y altaneras de hombres que juegan a ser Dios? Toman vidas, toman su dinero, toman tu poder como si tal cosa existiera. Un poder que está fundamentado sólo en el miedo que provocan por su falta de valores. Por su convicción de matar todo aquello a lo que amamos, con una determinación tan grande que da miedo efectivamente.  Un segundo fue suficiente, ver la camioneta un segundo

El noble caballero de la noche

Imagínese usted esta escena. Me encontraba yo ahí parado bajo el pilar que me correspondía. Tomé el turno de la noche, simplemente porque no soporto el sol quemándome los brazos mientras sostengo la lanza. Nunca fui particularmente bueno con la lanza, prefiero la espada o el arco, pero para eso uno necesita tener contactos, los altos mandos no se ganan con buenas habilidades, seguramente podría atravesarle tres veces el cuello a mi comandante antes de que pudiera darse cuenta que ha perdido también el brazo que sostenía su espada. Pero así es esto, y uno no se queja, uno cuida su pilar esperando que algo interesante suceda en sus horas de guardia, aunque eso podría significar cientos de miles de rebeldes corriendo enfurecidos hacia ti. A veces sus motivos son tan buenos que uno piensa en unirse, y derrocar al Rey y a la Reina. Tal vez así podría ganarme una armadura más cómoda, incluso podría obtener una hecha a la medida, con mi insignia en el hombro, casco y espada forjados a mano

El Museo y su Obra de Arte

El amor surge de momentos tan contrarios como absurdos, de eso no cabe la menor duda.  Es de tontos pensar que una hoja de árbol tiene que enamorarse de su rama, un pájaro de su nido o una nube de los cielos. Lo cierto es que aquello que añoramos no es lo mismo que aquello que aprendemos a amar. El amor se aprende en el tiempo, se conjuga y se transforma con emociones y con distintos matices de colores.  Los colores son precisamente aquello que me hizo enamorarme de ella. Preciosa y reluciente obra de arte, ni más ni menos que la existencia de amor mismo materializado en trazos y formas. Cada uno de sus detalles imperfectos componen una posibilidad impresionante de interpretaciones. Por este amor cerca estuve de perder la cordura, de volcarme sobre el mundo y perderme junto con ella. Y cómo no iba a morirme de celos, al ver que tantos ojos y tantos cuerpos se acercaban a ella como si tuvieran el derecho a admirarla, a verla desde ángulos que a mi no me son permitidos. Nadie, sin