El observador
Isaac mete la mano a su bolsillo, las llaves de su departamento están atascadas en la tela, el brazo derecho de Isaac sostiene un maletín, un abrigo, y el termo del café de la mañana. Desesperado por entrar, jala del llavero en forma de la Torre Eiffel que le trajo su hermano hace un par de años. Una de las llaves se atora y se le encaja en la pierna, pero aún así sigue tirando hasta que las llaves están libres. Por fin consigue abrir la puerta y comprueba que todo esté en el mismo sitio que como lo dejó muy temprano. Un aire putrefacto golpeó a Isaac en el rostro. Se acerca a la mesa del comedor con dos plazas, deja su maletín sobre una de las sillas de madera, el abrigo lo coloca en el respaldo y finalmente el termo sobre la mesa, que tiene un ejemplar de derecho constitucional aún abierto, con varios separadores de distintos colores. A un costado un cuaderno con notas, recordatorios de términos y teléfonos de clientes a los que debe presionar para que le entreguen documentos. El o