El observador


Isaac mete la mano a su bolsillo, las llaves de su departamento están atascadas en la tela, el brazo derecho de Isaac sostiene un maletín, un abrigo, y el termo del café de la mañana. Desesperado por entrar, jala del llavero en forma de la Torre Eiffel que le trajo su hermano hace un par de años. Una de las llaves se atora y se le encaja en la pierna, pero aún así sigue tirando hasta que las llaves están libres. Por fin consigue abrir la puerta y comprueba que todo esté en el mismo sitio que como lo dejó muy temprano. Un aire putrefacto golpeó a Isaac en el rostro. Se acerca a la mesa del comedor con dos plazas, deja su maletín sobre una de las sillas de madera, el abrigo lo coloca en el respaldo y finalmente el termo sobre la mesa, que tiene un ejemplar de derecho constitucional aún abierto, con varios separadores de distintos colores. A un costado un cuaderno con notas, recordatorios de términos y teléfonos de clientes a los que debe presionar para que le entreguen documentos. El olor parece tener origen en la cocina. Había olvidado un bistec sobre la tarja, iba a cocinarlo por la tarde por lo que lo dejó descongelándose, pero el trabajo fue extenuante y no encontró momento para salir, mucho menos para cocinarse algo. Isaac tomó el plato de carne con sangre que había tomado un color café oscuro, y la vertió en una bolsa, la cerró y la puso dentro de otra bolsa en el bote de basura de la cocina. 

  Isaac estaba lavándose las manos cuando vio encenderse una luz de lo que Isaac supuso sería la cocina, de un departamento en el edificio cruzando la calle. Para los treinta y dos años, Isaac tiene una vista envidiable. En la escena aparece una mujer joven, de unos veintiún años, el cabello corto, chino y con un aire desaliñado. La mujer era pálida, de un cuerpo extraño, delgada pero sin curvas que ayudaran a definir la ropa insípida que usa. Una playera con algún diseño infantil y unos jeans a la cintura. Los jeans le quedan grandes de las nalgas, de las caderas y aunque Isaac no alcanza a percibirlo, seguramente de las piernas también. Isaac sintió lástima por la pobre chica, ahí desde su ventana cruzando la calle podía ver que no era el tipo de mujer que tienen decenas de hombres tras de ella. La postura de la chica era sumisa, los hombros hacían una curvatura hacia delante, la cara viendo siempre hacia el suelo, y las manos constantemente pelean con su cabello para ponerlo detrás de sus orejas. Isaac la observó mientras toma el par de vasos y unos cubiertos que están sucios en la tarja. La chica toma su celular y habla por teléfono con alguien. Deben ser sus padres, pensó Isaac, nadie más se atrevería a buscar a alguien así. O quizá alguna amiga regordeta y llena de acné. O un mejor amigo que pase su vida masturbándose con personajes de anime. Isaac se rió de esta última opción. 

  La chica cuelga el teléfono y lo deja sobre alguna mesa que Isaac no alcanza a ver. La chica voltea hacia la calle e Isaac clava su mirada en los trastes que ya estaban cubiertos perfectamente de jabón. Pasando unos segundos Isaac vuelve a levantar la mirada. La chica está haciéndose una especie de chongo en el cabello. Se acerca a su refri y mira sin poner atención al contenido de la caja vieja color crema. Cierra el refri y camina hacia la ventana, la que da justamente en dirección a la ventana de la cocina de Isaac. La chica toma una caja de cigarros de alguna parte, saca un cigarro y lo enciende. La ventana de la chica da hacia una especie de balcón, uno tan pequeño que uno pensaría que es meramente decorativo. La chica sale hacia ese balcón y se recarga en el con ambos brazos apoyados, para conseguirlo debe inclinarse bastante, como si estuviese haciendo una reverencia. Las piernas de la chica se mueven y patalean, una rabieta digna de una niña de cinco años. Isaac estaba perdiendo interés cuando la chica levantó la mirada y se encontró con la de Isaac. Isaac se sintió un pervertido, sabiendo que las mujeres pueden interpretarlo todo como un acoso intentó disimular, pero era muy tarde, lo habían pillado. A pesar de estarla viendo, Isaac sentía un desprecio por ella, por lo que parecía significar. Casi podía estar seguro del tipo de persona que era, una mujer con tintes extremadamente melodramáticos, feminista, debe estar estudiando alguna carrera inútil, como psicología, letras, o ciencias de la comunicación. La chica sostuvo la mirada con Isaac. Pareciera que ella podía escuchar sus pensamientos, pues se puso en una postura desafiante. Isaac no pudo evitar soltar una carcajada. Había terminado de lavar, ahora se seca las manos con una toalla de tela que cuelga de la puerta justo debajo de él. 

  Isaac desvía la mirada y le da la espalda a la ventana. Regresa hacia la mesa del comedor y recuerda que le faltó lavar su termo del café. Nuevamente se dirige a la cocina. Por costumbre, o curiosidad, los ojos de Isaac regresaron al balcón de la chica. Para su sorpresa, la chica está parada sobre el barandal, está sujetándose del techo del departamento de arriba. La reacción normal de cualquier persona hubiera sido correr para llamar a emergencias, pero Isaac estaba sintiendo algo parecido a una erección. La chica había despertado en él un instinto poco explorado, el observar, el sentirse juez, y a la vez verdugo. Isaac había tenido muchos sueños al respecto, había sido rey, uno que disfrutaba ver cómo azotaban a aquellos que no seguían sus órdenes. Se había tocado pensando en alguna mujer, en su mujer, siendo tocada por otro hombre mientras él los ve. La chica está llorando, algo está hablando, parece que está hablando con alguien, alguien que sólo se manifiesta en su pensamiento. Isaac estira la mano y apaga la luz para volverse invisible. La chica ve hacia el suelo, cierra los ojos. 

  Alguien que está caminando sobre la calle suelta un grito, le está gritando a la chica, le pide que no haga alguna locura. Es un señor de edad avanzada, tiene a un costado suyo un perro chico y blanco. El señor saca su celular del pantalón y parece estar llamando a alguien mientras le grita a la chica que no se mueva. Los gritos están llamando la atención de los vecinos que se acercan a sus ventanas a ver qué está provocando tal escándalo. La chica dirige la mirada hacia Isaac. Isaac está seguro de que no pueden verlo, pero siente la tensión. La chica cierra los ojos, respira profundo, sonríe y da un paso al frente.  

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