Los gigantes de cristal


La extraña intromisión de una mujer llamada Elisa
Se dice desde el principio de los tiempos que un alma pura tiene el privilegio de descansar entre reyes y santos. El paraíso puede ser completamente subjetivo. Uno va a donde quiere ir y ya. Lo cierto es que hay una poquísima cantidad de sujetos que pueden encontrarse con maestros o grandes personalidades para compartir la sabiduría de los mundos. No tiene gran ciencia si uno lo piensa detenidamente. Simplemente consiste en la reunión de grandes mentes y corazones que tienen algo importante que decir. La muerte no es más que un gran pasillo que te conduce a otra vida, a otra experiencia. La mayoría de los seres son solo transeúntes. Unos pocos son los que pueden quedarse ahí, observarlo todo y no morir más.
Pero ella, aquella mujer era solo una mujer que había sido arrollada accidentalmente por el último tranvía de la noche. No fue un acto heroico ni mucho menos, no salvó la vida de ningún niño o anciano, jamás ayudó a los desamparados, no era nadie. Por eso es que su presencia dentro del templo resulta contrastante. Su cuerpo, comparado con el de todos aquellos guardianes del conocimiento, no tiene la capacidad de reflejar la pureza. Las túnicas, así como sus cuerpos completos están hechos de un cristal irrompible que absorbe la inmensidad del mar de la sabiduría, que a su vez se funde en el horizonte para transformarse en un cielo lleno de nubes viajeras que en sus cuerpos algodonados cobijan y reconfortan las almas de niños que durmieron antes de tiempo.
Los cuerpos de aquellos gigantes llevaban eones sin mover un centímetro. Las charlas poco a poco dejaron de ser importantes, habían dicho todo hasta que consideraron que no había nada más que decir. Solo guardaron silencio y se quedaron ahí con sus ojos blancos mirando hacia el horizonte, hasta que sus almas y sus cuerpos se convirtieron en parte de la estructura de aquel templo. El sonido tosco y arrítmico de los zapatos de Elisa rompió con el silencio que perfumaba el viento. Uno a uno, los gigantes salieron del trance para recordarse y se volvieron hacia la luz de la vela. La indignación y el celo se hicieron presentes, ninguno de los cristalinos era capaz de pronunciar palabra. La mujer sobria los miraba atentamente. La voz interna; antes sutil y pacifica, de cada uno se convirtió en un estruendo agresivo y desgarrador que solo pudieron callar con el sonido de sus bocas. No había idioma alguno, pues habían olvidado hablar, solo se escucharon gritos de desesperación, de reclamo. Caminaron hacia ella haciéndola retroceder, si algo cuerdo pudiera salir de sus bocas, se escucharían palabras como: viciada, putrefacta, imperfecta, sucia y obscena. Ella intentó escapar de sus insultos y agresiones, subió  uno de los pilares sosteniéndose solo con una mano, pues en la otra llevaba aún la vela. Los gigantes no cedieron. Tomaron su ropa con uñas y dientes, desgarrándola hasta dejarla hecha pedazos. Elisa intentó zafarse y en un esfuerzo cae al vacío.
La figura de Elisa se perdió en el abismo. Los gigantes aturdidos y furiosos intentaron volver en sí. Se dieron media vuelta y caminaron hacia sus respectivos pilares. De repente se escucha un gran estruendo, se giran y ven el cuerpo de Elisa flotando en el aire con sus brazos extendidos a los costados. Su presencia definitivamente era divina, tenía un aura inmensamente brillante, unas alas plateadas salieron de su espalda. Los gigantes, avergonzados de su ego y soberbia intentaron cubrirse. La luz que irradiaba aquel ángel atravesó completamente el cristal de los cuerpos, creando grietas que cabalgaron por sus inmensas estructuras, dejándolas inmóviles, inertes. Sus manos, piernas, brazos, cabezas se desprendieron como restos de edificios en ruinas, golpeando contra el piso de mármol, haciéndose añicos. Poco a poco los pedazos de cuerpos indistinguibles de las estatuas se redujeron a un polvo similar a la arena. El ángel sopló con todas sus fuerzas esparciendo las partículas del cristal del conocimiento, que se depositó finalmente en las nubes, sobre los niños transeúntes de mundos, los niños cristal. 

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