La Visita Nocturna

   Manolo navegaba entre las calles de su ciudad. Con Foo Fighters en sus audífonos, el peso de los pedales de su bicicleta era más ligero. El viento, aún frío por el invierno que se resistía a marcharse, le congelaba las orejas. Manolo se subió el gorro de la sudadera gris. Un par de baches en el camino amenazaron con tirarlo, conductores ebrios, uno que otro peatón, personas despidiéndose fuera de sus casas, mujeres ofreciendo servicios sexuales, gatos en busca de compañía corriendo debajo de los coches. Una noche completamente normal en una ciudad, el fin de semana se escuchaba en los bares, gritos y música alta en los autos que pasan a toda velocidad. 

  Dos cuadras y gira a la derecha, media cuadra y ahí está. Portón de rejas negro, jardinera iluminada con focos, palmeras y la banqueta un poco rota. Manolo intentó no hacer mucho ruido, había luz dentro de la casa, estacionó la bici detrás de un árbol grande en la acera de enfrente. Se sentó en la banqueta y sacó su celular para cambiar de música. Sigur Ros. Ahí frente a esa casa todo se detuvo, sintió en el pecho un ardor que le quemaba hasta el estómago. Había estado dentro de esa casa cientos de veces, muchas más de las que podía recordar. La ventana del frente era de los papás de su chica, una familia sumamente agradable, conflictiva a veces, con tendencia a meterse en lo que no les incumbe, pero con un tremendo corazón. Manolo extrañaba las platicas con la madre mientras esperaba que la chica bajara. Porque siempre, sin importar qué tan tarde llegara Manolo, esperar era inevitable. Aprendió a disfrutar del tiempo en la sala o en la cocina, con un café recién hecho, unas galletitas de quién sabe dónde o un pan de algún pueblo, y una anécdota. El recuerdo se convirtió en una sonrisa, después en un suspiro. 

  Las lágrimas fueron inevitables. Manolo no estaba seguro qué tan ruidoso estaba siendo, tenía la música a todo volumen, intentaba no llamar mucho la atención, no quería que supieran que estaba ahí, que llamaran a la policía o cualquier otra cosa. La situación era un tanto incómoda. La chica había decidido terminar con su relación de dos años. Sus motivos habrá tenido, válidos para ella, pero completamente incomprensibles para Manolo. No lo vio venir, y eso le daba mucho coraje. Aún le faltaban un par de semestres para terminar la universidad, pero en sus planes a futuro se encontraba ella, había tantas cosas que quería hacer, y ahora no tenía idea qué hacer con todo ello. Había salido con sus amigos, bebido cerveza, tequila, whisky, en cantidades que se consideran ilegales. Había cantado a todo pulmón canciones de despecho, había escrito muchas cartas, había visto una y otra vez la foto de perfil del whats app. Esperando que en algún momento cambiara para indicarle si estaba bien, si se había encontrado a otra persona o si había salido con sus amigos la noche anterior. La foto siguió siendo la misma, no había indicios de ella. Insoportable. Manolo intentó disuadir a una de las amigas para obtener información, pero la amiga, sólo le dijo un "está bien" a secas. Se negó a dar cualquier otro dato, Manolo por miedo a parecer rogón desistió del interrogatorio. 

  Finalmente había tomado su bici, casi por instinto. Sus fuerzas por resistirse a buscarla se habían agotado. No quería llamarla, no podría. Así que condujo hasta terminar fuera de su casa. Estuvo ahí un largo tiempo. Las once canciones de Sigur Ros se terminaron y volvieron a comenzar. Manolo pensó en enviarle un mensaje, ya era muy tarde, no había llegado, seguramente no había salido, o se quedó a dormir con alguna de sus amigas. Esa idea le dolió. La imaginó muriendo de risa, contando lo bien que se sentía, libre, soltera, y quizá se burlarían de lo mucho que él le rogó para que se quedara. Le dolía pensar que ella fuera capaz de hacerle algo así, en realidad nunca lo había hecho, pero su actitud era muy distinta. Ella parecía ser otra persona. Fría, seca, directa, desinteresada. Manolo sentía que todo el tiempo estaba enojada con él, como si su sola presencia le generara mal humor. Le quiso dar espacio, quiso hablar con ella pero sólo consiguió hacerla enojar más. Sabía que algo andaba mal, pero jamás imaginó que sería fulminante. 

  Manolo pensó en escribirle una carta y dejarla en el buzón. Tenía tantas ganas de decirle muchas cosas. Sacó de su mochila una libreta y una pluma. Comenzó a escribirle. Bajo el faro de la calle estuvo buen rato. Dejó salir tantas cosas que tenía guardadas. En un punto lloró nuevamente, tuvo que frenar un tiempo para secarse y evitar que se mojara la hoja. Siguió escribiendo. Escribió y escribió. Finamente terminó haciendo un dibujo en la parte posterior de la última hoja. Era un dibujo de ella soplando un diente de león. Manolo era excelente dibujante, a ella siempre le gustaron sus dibujos, creyó que ese detalle la haría feliz. 

  Estaba a punto de levantarse y atravesar la calle cuando la puerta de la casa se abrió. La chica salió intentando no hacer ruido. Detrás de ella salió un muchacho, que también salía sigiloso. Ella se giró y se colgó del cuello del tipo, éste la abrazó en la cintura y la sostuvo. La acercó a él y la besó. El corazón de Manolo se detuvo. La chica besó de regreso al chico y finalmente se despidieron. Intentaron no hacer ruido. Ella le mandó un beso y cerró la puerta. El muchacho, aún embriagado de ella se giró, sacó sus llaves del pantalón, abrió su Ibiza negro, se subió y arrancó. 

  Manolo, que había permanecido oculto en las sombras de entre dos autos, sintió una daga en el pecho. Todo lo que ella significaba para él, todo lo que le había escrito ahora le parecía ridículo. Él era un ridículo. Ahora muchas cosas tenían sentido. La falta de cariño de ella, el cambio de actitud, el silencio. Manolo tomó las hojas por mitad y las rompió de golpe. Nuevamente por mitad y las volvió a romper. Las tiró en la canastilla de la casa. 

  Cambió el artista. Incubus. Subió el volumen. Tomó su bici, metió su libreta a su mochila, se subió el gorrito de la chamarra, se subió a su bici. Volteó una última vez y comenzó su camino de vuelta a casa. 

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