El Viaje de Charlotte de Sandeau

Disculpe, ¿Este asiento está ocupado?– Pregunta un caballero amablemente, se asoma con una actitud bastante amable, una bonita sonrisa y confiable. 

–Está libre, puede usted ocuparlo– Respondió Charlotte, de veintiún años, cabellos rubios, labios rosados y carnosos, ojos azules con destellos de marrón. 

  –Es usted muy amable– El caballero era en realidad un muchacho de unos veintisiete años. Cabello oscuro, delgado, alto y con tes blanca, paliducha. Viste un traje que no parece ser suyo, o por lo menos no hace varios kilos, es color negro, limpio y bien planchado pero extremadamente grande para él. Charlotte no pudo contener la risa al ver que el muchacho estaba teniendo un enfrentamiento con la maleta que no quería quedarse en el compartimiento superior. El muchacho se dio cuenta de que estaba siendo observado y comenzó a actuar como si algo sobrenatural tomara de la maleta, o como si la maleta misma tuviera vida, como fuese, las manos y piernas del muchacho estaban por doquier, intentando meter aquella maleta a toda costa. Charlotte estaba muerta de risa para entonces.

    Hacía tiempo que Charlotte no tenía contacto con personas que no fueran de su familia, algunos primos fueron a visitarla el verano pasado, fueron las dos semanas más interesantes. Ahora Charlotte estaba emprendiendo una aventura. Viajaba a la casa de su tía Christine, su tía le había enviado una carta a sus padres suplicando que dejaran que alguno de sus hijos viviera con ella un tiempo, había perdido recientemente a su marido y la soledad la estaba volviendo loca, a cambio de la compañía ella podría enseñarles idiomas, o a coser. Era estupenda modista, hacía vestidos y sombreros por encargo, aunque sólo cuando el clima le permitía sentarse en su jardín y escuchar a los pajaritos. 


   La idea no le entusiasmó a su madre, La tía Christine tenía fama de seguir sus propias leyes, era excénctrica, demasiado libre, pensaba su madre. A su padre le pareció buena idea mandar a Charlotte, creía que un poco de aventura le caería bien, ya que había estado demasiado sola, y temía que algún tía el aburrimiento la fundiera para siempre en alguno de los sillones de la casa. Fue así que Charlotte se encontraba en el tren hacia Montrésor, un pueblito en el centro de Francia. Estaba en el segundo de tres trenes que debía tomar para llegar a la estación en Saint-Aignan, donde un señor con un sombrero y un letrero con su nombre estaría esperándola para llevarla con su tía. 

   El muchacho por fin colocó la maleta en su lugar, justo en ese instante se abre la puerta del compartimiento y entra un señor de edad avanzada, vestido con el uniforme azul marino característico de los conductores de tren francés en 1882.

–Venga, sus boletos, debo verlos ahora mismo o jamás llegaremos a donde nos esperan. 



   El muchacho le muestra un pedazo de papel, el señor lo revisa con detenimiento, después mira al muchacho y vuelve a revisar el boleto. Algo similar a una sonrisa apareció en el rostro del señor, le devuelve el boleto y hace una pequeña reverencia, se aclara la garganta y ahora con una actitud obsequisa y refinada continúa. 

–Es usted muy amable, ¿la señorita lo acompaña?



–¡Oh no! aunque me encantaría que así fuese, aún no tengo el placer de conocerla. La señorita... –Hizo una pausa y arqueó la ceja en dirección a Charlotte, ella se queda pasmada unos instantes y luego continúa con la frase. 

–Charlotte, Charlotte de Sandeau. – respondió ella con su voz aguda e incómoda. Charlotte odiaba esa voz suya, pero no podía evitar usarla cuando se encontraba con personas desconocidas, era una especie de cordialidad forzada a la que siempre había sido expuesta, sonaba perfectamente educada, era encantadora, pero Charlotte pensaba que la hacía ver como una niña tonta. 


–Señorita Charlotte, me permite su pasaje porfavor, es una formalidad, debemos revisarlos para poder seguir a la siguiente estación. ¿La tiene a la mano? ¿Podría permitirme echarle un vistazo rápido?


–¡Sí claro! aquí lo tengo. Charlotte hurgó en su bolso de mano, ahí estaba el papel con los sellos y las acreditaciones necesarias. 

–Eso es todo señorita, muchas gracias, disculpe la molestia mi señor– Hace una inclinación forzada y comienza a retirarse. – Si hay algo que pueda hacer para hacer su viaje más cómodo, hágamelo saber de inmediato, mi nombre es Gustave, me encuentro al frente, con permiso. 



   Charlotte guardó torpemente la hoja y se acomodó las ondas del vestido, que no necesitaban ser acomodadas nuevamente. La vista era ajetreada, había gente con maletas caminando y corriendo de un lado a otro, sombrillas, sombreros, sacos, baúles y algunas jaulas con animales pequeños. Charlotte se encontraba analizando a una pareja de viejitos que caminaba fuera de la estación, cuando el muchacho se sienta junto a ella, y no en el asiento de enfrente como era de esperarse. 

–Henrí, es un placer Señorita Sandeau, ¿Me permite hablarle por su nombre señorita?

–No me hable de usted, sé que no debería pedirlo, pero prefiero que me hablen de tú, las formalidades no son lo mío. 


–Me parece maravilloso Charlotte, estupendo, a mi tampoco me gustan ¿Puedo saber cuál es el motor de su viaje?

–¿El motor?– preguntó ella. 


–El motivo, la llama, qué está usted buscando, o de qué huye, si no es indiscreción.  

–¡Oh! Eso sí, bueno, voy a vivir un tiempo con mi tía Christine, va a enseñarme a hacer vestidos hermosos y algún idioma, mi tía ha vivido en muchas partes del mundo, conoce toda clase de culturas, y me interesa conocerlas, aunque sea por medio de sus palabras. 

–Vaya que es interesante, no me ha dado la impresión de que seas una chica que guste de las agujas y las telas. 



–En realidad no me gustan, me gustan más las letras, soy lectora voraz. Los libros que nos llegan son viejos, creo que en Montrésor debe haber muchos más, quiero leerlos todos. 

–Eso es mucho más interesante– Henrí se sienta mirando de frente a Charlotte, se toma de la barbilla como analizando lo que acaba de escuchar. 

Las manos de Charlotte se sienten torpes, la cercanía de un joven sin presencia de su padre o su madre la pone nerviosa. 

–¿Qué tipo de libros te gustan? ¿Novelas? – La mirada de Henrí está clavada en la de Charlotte, ella comienza a sentirse nerviosa, aunque no sabe porqué. 


–Novelas sí, pero también leo sobre política, sobre historia y sobre medicina. Me interesan las ciencias. – Charlotte se giró hacia la ventana para darle casi la espalda a Henrí. 


–¡Pero qué coincidencia más grande Charlotte! He leído tanto sobre Política, sobre todo de política, de historia y bueno, digamos que es menos atractivo de lo que suena en letras. El cuerpo humano me interesa un poco más, ¿algún tema que le resulte particularmente atractivo?

   Charlotte ahora sólo escuchaba la voz de Henrí, se negaba a voltear por ninguna razón. El tren suelta un par de silbidos. Se anuncia la partida próxima. En la estación algunos hombres corren de un lado a otro, todos con uniformes, hablan con otros hombres con uniformes y corren hacia otra dirección, cubriendo toda la estación. Charlotte sigue con la mirada las carreras de aquellos hombres y se pregunta qué está sucediendo allá afuera. 



–A mi me parece súper interesante el funcionamiento del corazón. Un órgano que se encarga de soplar la sangre durante toda nuestra vida, si deja de hacerlo o lo hace mal, simplemente morimos. Es como el motor de un auto. No sé si conozca de mecánica, pero así como fuimos creados para funcionar con un motor, nosotros hemos creado máquinas que reproducen nuestras funciones anatómicas. El motor de un auto, por ejemplo. ¿Charlotte? ¿Te has ido y no me he enterado? 

   Charlotte estaba comenzando a entender lo que un grupo de soldados decía, había una especie de fugitivo en la estación. Estaban buscando a alguien, con urgencia. Charlotte no alcanzó a escuchar nada de lo que Henrí le había dicho. 



–¡Vaya! Parece que no podré acompañarla en este viaje querida Charlotte.– afirmó Henrí.

Un oficial apunta hacia la ventana donde Charlotte se encuentra, el dedo del oficial apunta alto, más alto que Charlotte, ella se gira y se da cuenta que están señalando a Henrí. Charlotte ha leído suficiente para imaginarse escenarios de piratas y maestros del engaño. Se para asustada y sostiene su bolso frente a ella como escudo, como si un pedazo de madera cubierto de tela pudiese servirle de algo. 



–No temas Charlotte, no voy a hacerte daño, la verdad es que estoy muy aburrido, así como tú también buscaba aventura. Quise salirme un tiempo de mi propia vida, pero creo que fui demasiado ingenuo al pensar que lo conseguiría. No te molesto más Charlotte, en cualquier momento vendrán por mi y tú podrás continuar con tu viaje. 

–¿Eres un ladrón Henrí? ¿Guardas joyas en esa maleta? 


   Henrí no pudo mas que soltar una carcajada. –¿Un ladrón yo?no, no, jamás he tomado nada que no sea mío, aunque en realidad todo es mío, o casi todo, pero no vamos a detenernos en tecnicismos. 

   Desde el pasillo se escucha la voz de Gustave –En la segunda del lado izquierdo, es él, estoy seguro que es él–, múltiples pasos se escuchan dirigiéndose hacia el compartimiento de Charlotte y Henrí. En un instante aparecieron cuatro hombres, todos vestidos de uniforme militar. Uno de ellos tiene el cabello gris, así como el bigote.

–Henrí, ¿Qué estabas pensando? ¡No puedes dejar una nota y huir a toda prisa en el primer tren! ¿te has vuelto loco? No puedes tomarte unas vacaciones así, no vuelvas a hacerme esto Henrí, movimos cientos de soldados a buscarte en todas direcciones. 


–Siento mucho haberte angustiado Darius, necesitaba un respiro, es todo, pensaba volver en un par de semanas cuando mucho. Sabía que no podrías dejarme ir sólo, por eso lo he hecho a tus espaldas. Lo siento en verdad, ahora que veo tu rostro de preocupación entiendo que fue un completo error, hazme un favor y llama a todos esos soldados que fueron movilizados para buscarme, quiero agradecerle en persona a cada uno de ellos. Su pronta acción me deja sorprendido, no pude haber escapado aunque lo hubiese intentado en verdad. Excelentes elementos, me siento muy orgulloso de ti Darius. Vamos, dejemos a la señorita Charlotte, que tremendo susto ya le he sacado, que por un ladrón me tomó la pobrecilla, descuida, ya nos vamos para que puedas irte a visitar a tu tía. 

   Charlotte se queda con la boca abierta mientras Henrí se para e intenta bajar la maleta, en ese momento dos de los soldados corren a quitarle el peso de la maleta y la bajan por él. 

–Vamos, yo puedo, pero muchas gracias señores, en verdad les agradezco. 



–Con permiso señorita– dice Darius y conduce a Henrí hacia el pasillo, antes de salir Henrí se detiene y se vuelve. 

–¿No querrás posponer tu viaje un día? Te gustaría por ejemplo, ¿cenar conmigo? Digamos, como compensación por el susto. Prometo arreglar todo para que mañana mismo estés en el primer tren a Montrésor, y que tu tía sepa el motivo de tu retraso. – Se asoma hacia el pasillo donde Darius escucha sorprendido y le dice– Darius, ¿puedes contactar a la señorita Christine de Montrésor, para decirle que su sobrina se llega mañana?, debe haber forma de localizarla, ¿Puedes encargarte de eso Darius? 



–¿Señor? Pero la señorita no ha respondido, usted no puede tomar la decisión por ella, quizá ella quiere marcharse en este momento, quizá su familia la espera. 

–¡Tienes toda la razón Darius! Charlotte, disculpa mi falta de cortesía, la llamada a la aventura me ha dejado corto en modales. Sé que es inusual, pero hoy ha sido un poco inusual ¿No te parece? Me gustaría que me acompañases a cenar. Puedes dormir en una de mis recámaras de invitados, ahí puedes asearte y prepararte para tu viaje mañana. No quiero presionarte, pero el resto de los pasajeros se encuentran ya ansiosos por partir, no me gustaría provocar una revolución justo ahora. ¿Qué dices? 



   Charlotte no comprende, o quizá sí, pero la razón no es suficientemente rápida y la confusión es quien toma el mando de su cuerpo. 

–¿Henrí? ¿Eres tú Henrí Chambord? ¿Duque de Bordeaux? ¿Rey de Francia? 


–Formalidades Charlotte, soy Henri, el mismo que conociste hace unos instantes. Me gustaría hablar un poco más, puedo regalarte libros de mi colección, si gustas, tengo bastantes sobre política, aunque, me gustaría mantener ese tema lejos por el momento. ¿Quieres acompañarme a cenar Charlotte? 


Charlotte no pudo más, el aire dejó de circular y de repente se desplomó sobre el asiento. 

–Queda decidido entonces. Darius, que bajen las pertenencias de Charlotte, voy a llevarla a descansar, no puede hacer un viaje en estas condiciones, es cuestión de salud Darius, tú lo viste. Ayúdame a cargarla, con cuidado, muy bien, llevémosla fuera. Gracias señores, Gustave, ha sido un placer, muchas gracias. Con permiso. 


   Henrí y Charlotte se casaron unos meses después. Tuvieron dos hijos Louis y Philippe. Henrí le constuyó a Charlotte una biblioteca con cientos de miles de libros de ciencia, de política, de artes. Henrí no paraba de contar en cada cena y cada baile esa tarde en la que quiso huir, quiso dejar de ser rey, y el amor lo encontró en un vagón de tren. 










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