Una ilusión

Inician los redobles, es ahora o nunca. Los ojos del mundo, de mi mundo, se posan ante mi.
La caja de cristal brilla con los reflectores. El agua cristalina llega casi hasta el tope. Mi corazón decide que es pertinente comenzar a relajarse, los pulmones colapsan y vuelven a llenarse de oxigeno. El poco que me queda, el último que recorrerá mis venas. Las luces se apagan y mi asistente me toma del brazo y me conduce al compartimento secreto, debajo del escenario. Se escuchan risas, aplausos y chiflidos de gente ansiosa, ellos que no comprenden lo que están a punto de ver. La voz del presentador dice mi nombre, la música sube, las luces se apagan por un segundo, sale humo por todas partes y ahí estoy, sonriendo al mundo. 

Mi pobre madre en primera fila, sus lentes no me dejan ver sus ojos asustados e inquietos, pero su cuerpo no dice nada, calla cualquier expresión. Pocos rostros se distinguen en el público, no reconozco ninguno. He dado instrucciones de no dejar entrar a nadie, ni amigos ni conocidos, absolutamente nadie que me relacione con este mundo, nadie que me despierte sentimientos o pensamientos de una vida que no tenga que ver con la magia. De nuevo ella, mi madre observando los elementos de la escenografía, luces, la estructura completa, todo lo que evite mantener un contacto conmigo. Una sonrisa en mi cara despierta un oleaje de gritos y aplausos, el show ha comenzado. 

Entran mis edecanes, dos chicas que vi sólo unas horas antes en el ensayo. Toman de mi el sombrero y el saco.   Pintan en sus rostros sonrisas que venden sensación de que todo estará bien, pase lo que pase, todo saldrá bien, todo está bajo control. Me dirijo a la parte posterior de la caja y me quito la ropa, quedando únicamente en el traje de buzo. El sonido del público se escucha cada vez más distante, las voces se callan para dejarme sólo con mis pensamientos. La respiración se convierte en mi música ambiental. Con los ojos cerrados comencé a controlar los latidos de mi corazón. Cada segundo se lleva consigo un cuarto del bombeo normal, dejándome con sólo una fracción del flujo sanguíneo natural. Las luces cambian una y otra vez, en el escenario las edecanes realizan un juego de ilusiones baratas, nada más impresionante que el tamaño de sus implantes.

La luz detrás del telón se enciende para darme la señal de mi entrada. Subo las escaleras y cientos de gritos cubren el auditorio. El sonido de la multitud vibra de tal manera que casi me saca de mi concentración. La luz de la caja de cristal se enciende y el segundo nivel del escenario se vuelve el centro de atención. Entran asistentes de producción con cadenas y candados inmensos y los colocan a mi costado. Pies y manos unidos entre sí inmovilizandome completamente. Todo parece estar en orden, las cadenas están en su lugar, la llave que abre todos los candados se encuentra en mi manga derecha, en caso de encontrarme en problemas. La gente guarda silencio, en la pantalla se coloca la cuenta regresiva, diez, el silencio instantáneo congela la escena. Cinco, mis músculos se contraen, el agua fría se proyecta en mi piel como si ya me encontrara en ella. Dos, mis pulmones se llenan de aire, se inflan en su máxima capacidad y se sellan. Un instante después la plataforma donde me encontraba parado sede y la gravedad cumple su parte. El impacto no dolió tanto como esperaba, el agua fría era lo que dificultaba retomar la calma pero al tocar fondo todo se volvió más tranquilo. El terreno no era nuevo, ya había hecho ese acto decenas de veces, nunca había tenido complicaciones de ningún tipo, siempre el tiempo justo, la gente a punto del desmayo garantizaba el lleno total de la siguiente presentación. La parte superior de la caja es sellada con un candado, sin dejar aire en la superficie.  

Treinta segundos, mi mente vuelve a procesar ideas. Primero esto, después aquello, seguir pasos y recordar dónde se encuentra cada cosa, es lo único que tengo que hacer a partir del minuto. Cincuenta y nueve, sesenta. Mis manos reaccionan casi automáticamente buscando la primera llave, los tambores se escuchan incluso dentro del agua. Detrás mío el baúl lleno de llaves, siento la textura de todas ellas y encuentro la que tiene una grieta en la parte posterior. Mi pies y mis manos se liberan para quedar en pares. Una de las cadenas se atora en mi muñeca por unos segundos y maldita sea, perdí la concentración. La música cambia de ritmo lo que significa que llevo dos minutos y medio debajo del agua congelada. Mi cabeza gira de un lado a otro sin permitirme recuperar la calma. Por un segundo pierdo la noción del espacio y lo único que puedo sentir es el frío rompiendo mis células, congelando mis extremidades y quitándome movilidad. Suelto una bocanada de aire que flota hacia la superficie. 

En la esquina inferior derecha de la caja se encuentran tres compartimentos de metal, uno dentro del otro. Hay que girarlos en un sentido específico para abrirlos y liberar el siguiente. El último contiene la llave para la cadena que libera mis piernas de una de las tres pesas que me mantiene anclado al fondo, estiro la mano para intentar alcanzarlos pero mis dedos no me responden. Silencio, cuatro minutos en la pantalla. Veo luces aproximándose a la caja. Aún puedo lograrlo, no sé porqué tanta conmoción. Sigo intentando abrir los compartimentos, libero el primero, el segundo, listo tengo la llave. Uno de mis asistentes personales me hace señas desde fuera, intenta llamar mi atención pero no puedo perder la concentración, me queda poco tiempo. El agua se vuelve poco a poco más densa, como si comenzara a solidificarse. Otra bocanada de aire sale de mi boca, debí aguantar esa unos segundos más. La llave entra al candado pero no gira, está atascada. Inmediatamente mi corazón golpea mi pecho. La llave no sale, de hecho no se mueve. Siete minutos. Algo está saliendo mal y no logro descifrar qué. Las yemas de mis dedos recorren la llave, la ranura en la parte posterior, y por fin encontré la causa. La llave está atascada porque no correspondía a ese candado. Cerré los ojos y sonreí. Podía escuchar a los asistentes intentando abrir desesperadamente la caja, sin éxito. Estaba diseñada para que el candado quedara en la parte interna, imposible de abrir desde afuera, así resultaría más impactante para el público. Y la última descarga de oxigeno roza mi garganta, saliendo deprisa hacia la superficie. Abrí los ojos por última vez, los reflectores de emergencia del escenario estaban encendidos. La luces se van apagando una por una, la última que queda encendida es la que ilumina el interior de la caja. El show se ha terminado. 



Comentarios

  1. Me senti atrapada!!! vivi mi claustrofobia al maximo, que bien narrado!!!!

    Geo

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