El Blog de Karla

   Perdón. Por no dedicarte el tiempo que quisiera. Por no darte alimento, aún cuando tengo tantas cosas que decir, tanto de que hablar. A veces las historias fluyen de manera natural e instintiva. Otras me cuesta trabajo digerirlas, ver el curso de sus personajes, no puedo escuchar claramente qué dicen, no puedo ver sus expresiones, sus rostros, los espacios en los que habitan. No tengo idea cómo funcionen los demás escritores. Me cuesta trabajo llamarme a mi misma escritora. Tendría que tener un libro impreso, con cientos de miles de copias vendidas para ello. Ciertamente no los tengo, creo que lo mejor que he escrito son cosas relativamente breves, y no son muchas. 

   Me cuesta mucho trabajo continuar con una historia que ya empecé, no tengo la paciencia para terminar una novela, siento que mis pensamientos son celosos de mi tiempo. No me permiten concentrarme en algo por largos periodos de tiempo. Quizás debería rentar una cabaña en algún lugar lejano, sin internet, sin distracciones, y dejar que las historias fluyan, una a una dejar que me lleven a donde ellas quieran. Debo encadenarme a un sillón cómodo. Con cientos de raciones de té con mucho azúcar, una computadora, una cobijita para los pies y varias cajas de Kleenex. 

   Vivir una historia que estás escribiendo, es lo más maravilloso que puede pasarle a un escritor. Sentarte a escribir aquello que estás proyectando en tu mente. Escribes los diálogos que escuchas, que te desgarran, que cuestan trabajo de leer, y mucho más de escribir. Yo lloro cuando escribo. Porque a veces las cosas que uno imagina son tan fuertes, que hay que vivirlas para poder transmitir esa emoción. Para el cerebro humano, sé que no hay diferencia entre la realidad y los sueños. En mi caso, lo que he sentido cuando escribo una perdida, y la perdida como tal, sorprendentemente, es un sentimiento muy similar. Puedes explorar tus miedos más grandes, asesinar, ser asesinado, perderte en un bosque lleno de lobos, escaparte a un mundo inexistente. 

   No me queda claro aún si escribo para mi, o para los demás. Escribo porque lo disfruto, si. Pero también me gusta que otras personas se sientan identificadas con lo que digo. Obviamente no todo lo que escribo me hace sentir orgullosa. Hay textos que corrijo una, dos, diez veces y aún no tienen completo sentido, sé que no logré captar la esencia de lo que quería decir. Hay otras tantas que de un sopetón sale, mis dedos se mueven al mismo ritmo que mis pensamientos, y así, justo como quería salió. Es un proceso que siento que no depende tanto de uno mismo. Se le llama musa, cuando ella está en el mismo cuarto, se dice que las palabras se te otorgan como un regalo. De la misma forma que la musa llega, se va y te deja son un montón de palabras, abultadas y formaditas una frente a otra, pero que no dicen absolutamente nada. Así como estas, que no dicen nada todavía. 

   El tiempo es celoso, es un ente extraño, voluble, temperamental. No le gusta que se le exija, o se va volando. Es sádico; especialista en alargar los momentos incómodos, los momentos dolorosos. El tiempo es un personaje que juega sucio, especialmente conmigo. Me da siempre la sensación de que es poco, que quiero más, que no me es suficiente. No me es suficiente para llegar a ser quién quiero. No me ha dejado escribir. Creo que se está escondiendo de mi, me está robando minutos, horas, mientras no volteo a verlo. Puedo jurar que yo tenía 24 horas, estaban aquí y ahora sólo me quedan 2, suelo pensar. No he tenido tiempo para escribir. Es eso lo que en verdad quiero decir. Todo lo demás, es sólo un capricho, un pretexto ahora que soy yo quién le roba al tiempo. Se ha dado cuenta ya, debo irme. 



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