El vagabundo y su perro

El carrito de supermercado caminaba cada vez más chueco. Tenia un rechinar sin remedio alguno que anunciaba el pasar de don Benito y el señor Venustiano. El señor Venustiano arrastraba ya los pies en su andar cansado, las suelas desgastadas asomaban rítmicamente los calcetines del pobre viejo, igual de pobre que viejo.

    Ahí iba aquel par por la Avenida Santa Lucía, don Benito cuidaba del Señor Venustiano. Entonces en una cochera, apareció la figura de un canino enorme y negro, los tomó por sorpresa a ambos. El perro golpeó contra la reja que quedaba a penas cerrada con el peso de una cadena con su respectivo candado. La reja se movió en dirección a la calle, dejando suficiente espacio para darle escape. Don Benito no lo dudó un segundo y se avalanzó hacia el bulto negro que se dirigía a la pierna de Venustiano. Los hocicos se encontraron con pedazos de lomo, de oreja y finalmente dieron con el cuello. Benito perdía el aire, perdía sangre y perdía la batalla. Venustiano tomó un ladrillo suelto de la jardinera y lo rompió en el cráneo del bulto negro. Éste soltó un chillido corto y cayó desplomado al suelo, soltando por fin a Benito. 

-Hijo de tu puta madre! - dijo Venustiano, soltando una patada al perro que yacía muerto en la calle. Le dio una y otra vez. Entonces volteo a ver a Don Benito, acostado con el cuello torcido, lleno de sangre. Benito había perdido un pedazo de oreja y no podía abrir el ojo derecho, respiraba con mucha dificultad. -Benito! Mira nomás cómo te dejaron! Pero ya me lo chingué al cabrón. Mira nomás.. Pobre Benito, te agarraron recio. 

    En eso el propietario de la casa, del bulto negro sale a la cochera con un palo en la mano. Voltea esperando a un asaltante, o quién sabe qué cosa. Su actitud era agresiva y de combate. Eso era hasta que vio a su perro, muerto en la calle. Corrió hacia su reja y torpemente intentó abrirla, el candado con su cadena abrazando los barrotes lo impedían. 

-,Te va a cargar la chingada pinche viejo! ¡Mataste a mi perro!- dijo el tipo, mientras buscaba en su pantalón sus llaves.

-Tu pinche perro atacó a mi Benito! El se nos dejo venir, vea nomás cómo me lo dejó, todo jodido- dijo Venustiano, señaló a su perro, aún con el ladrillo en la mano. Veía al hombre y veía a su Benito, Venustiano, incapaz de agacharse, sólo podía observar cómo sufría su perro, temblaba de dolor y también de coraje, y probablemente de miedo.

   El hombre ya en la calle, de unos treinta y tantos levantó el palo para golpear a Benito. El palo cayó a un costado de Benito, junto con el hombre. Venustiano ahí parado, con el ladrillo goteando sangre, de perro y de hombre. 

   Don Benito miró al señor Venustiano con su ojo izquierdo, con tranquilidad dejó salir el aire de sus pulmones. Benito no volvió a respirar. 



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