Destino
-¡Carolina! ¿Qué demonios estás esperando para bajar? ¡Tenemos que estar en veinte minutos en el aeropuerto o perderemos el vuelo! –Gritó Daniela.
Carolina se miró a los ojos en el espejo aún empañado del baño. Un suspiro de hastío y de resignación salió de golpe. Toma el tubo de rimel y colorea sus pestañas superiores. Un detalle casi imperceptible para ella, pero no podía salir de su casa sin él. Una última mirada, cabello desordenado, bien, Ojos, siguen ahí. Boca, seca y pálida, perfecto.
Sale a toda prisa. Daniela, su mejor amiga, y Giovani, su novio ya la esperaban en el taxi. La puerta está abierta de par en par para no dejarle otra opción que entrar.
–¡No lo puedo creer! ¿Cómo puedes tardarte tanto en arreglarte y salir así? – Dice finalmente Giovani, en tono despectivo. El taxista arranca en cuanto la puerta se cierra.
–Tenía que prepararme mentalmente para lidiar con idiotas, no era mi intención seducirles–, Contesta Carolina, malhumorada.
Daniela le da un apretón fuerte a Giovani y éste hace una mueca casi infantil como reproche. Carolina los mira por el retrovisor y termina por sacar su celular y revisar sus mensajes. El resto del camino transcurrió en silencio. Las calles comenzaban a cobrar vida, aún estaban encendidas las luces de la noche pero el cielo comenzaba a tomar una tonalidad azul.
Finalmente llegaron a la calle principal del aeropuerto. El taxista consigue un lugar recién desocupado al inicio del carril de descenso. Carolina baja de inmediato y se dirige a la parte posterior del auto para esperar su maleta. Daniela y Giovani se pelean por quién sabe qué cosa en el asiento trasero antes de bajar y fingir que no ha sucedido nada, como era usual.
A Carolina de daba muchísima flojera ese tipo de relaciones tóxicas y súmamente dependientes. Giovani era un tipo de treinta y tantos, trabajador en la empresa de su familia, chico que jamás tuvo que lavar un plato en casa, que está acostumbrado a discursos machistas. Es rubio y atlético, lo que le da un aire extra de superioridad ante los plebeyos que lo acompañan. Se hacía notar en restaurantes y lugares comerciales ya que siempre tenía una queja ante el servicio. Daniela en cambio es la típica amiga que quiere ser la madre de todos. Tenía que tener todo el itinerario por escrito, el botiquín médico a prueba de cualquier malestar inoportuno. Ella tenía veintinueve, era odontóloga. Hacían buena pareja, a pesar de todo, mientras ellos fueran felices, el drama y los berrinches no debían ser menester de nadie más que de ellos.
Carolina era mucho más sencilla, tenía cinco pantalones y unas quince blusas. Dos tenis, unas zapatillas de piso y unos tacones negros. Quería ser pintora aunque jamás había estudiado para ello. Se salió de casa a los diecisiete por incompatibilidad con su madre y sus hermanos, y había sido independiente desde entonces. Vivía junto a Daniela en una casa de dos plantas, dos habitaciones, un baño completo, una cocina, una sala comedor diminuta y un patio. A sus veintiocho, trabajaba como mesera en un café por las mañanas y como asistente en un estudio de tatuajes. La idea de pintar sobre un lienzo vivo se le hacía la cosa más bizarra del mundo. Pensaba que las personas que iban a tatuarse siempre buscaban exteriorizar un evento o una fuerza que los marcaba, para tener un pretexto y contarlo a los mil vientos. Aún no rayaba piezas complejas y bellas, únicamente caprichos infinitos, y pájaros estúpidos.
Llegaron al mostrador y justo en ese instante llegó Óliver, un hombre de treinta y cuatro, mucho más joven en apariencia. Se disculpó con los pasajeros de la fila que acababa de golpear con su mochila y llegó al mostrador donde el resto ya mostraba las identificaciones. Óliver sacó de su pantalón una cartera café caoba y de ella tomó su identificación y la alcanzó a la señorita que hacía el check in. Entonces voltea hacia Carolina y le da un beso tronador en la mejilla. Ésta sonríe y no puede evitar soltar una risita tímida, es la primera vez que Carolina sonríe desde que salió de casa.
Tomaron sus lugares, sus identificaciones y entraron a la sala de espera. Óliver hablaba con Giovani sobre el juego de los Steelers contra Patriots del día anterior, un detalle que generalmente hubiera fastidiado a Carolina, pero en él le parecía sumamente sensual y varonil. A pesar de entablar una conversación bastante intensa, Óliver se encargaba de mantener contacto constante con Carolina, le dirigía varias miradas que Carolina podía jurar, contenían un mensaje oculto.
Una capa de rimel, el cabello desaliñado y los labios resecos al parecer eran invisibles para él, pues la miraba con una ternura y deseo como si vistiera un vestido rojo entallado con un escote elegante, cabello largo cayendo en sus hombros descubiertos, sus labios pintados de un rojo mate. Carolina no podía haberse dado cuenta de la cara de tonta enamorada que tenía en ese momento, pero Daniela sí. Daniela lo vio todo, y sintió una envidia y unos celos gigantescos. Porque el amor de ella era más lógico, basada en un prospecto económicamente estable, bien parecido y con una conversación estándar. Suficiente.
La aeromoza llamó por el altavoz a los pasajeros del vuelo 503 con destino a la ciudad de Cancún, donde el cuarteto cambiará a otro para llegar a su destino; Miami. Se sentaron en sus diminutos asientos. Óliver bromeó un poco al respecto, Carolina reía como loca. Al fondo se escuchaban los reclamos por parte de Giovani a la aeromoza por no recibir un paquete de cacahuates que supuestamente venían incluídos en la compra de su boleto. La aeromoza tuvo que explicarle que la aerolínea tenía un problema con la distribución y el trailer con los alimentos del día no alcanzó a llegar y tendrán que volar así. Giovani no se sentó hasta asegurar un muy buen descuento en su siguiente compra. El resto de los pasajeros tenía ya un aire malhumorado gracias a dicha escena.
El capitán se presenta y les comunica que saldrán a las ocho menos diez y esperan un poco de turbulencia en el ascenso. El avión se encuentra en la fila de la pista de aterrizaje. Óliver había viajado muchas veces en avión, así que dejó a Carolina en la ventana. La mañana presentaba neblina y un poco de llovizna. Justo frente a Carolina estaba el ala del avión. Se movían las piezas de un lado a otro y Carolina no podía dejar de observar. El avión avanza por la pista, da un giro y queda libre para iniciar la carrera para el vuelo. Los motores del avión se intensifican. Un zumbido agudo entra por las ventanillas. Se puede sentir la fuerza que despide. Las luces de la pista se convierten en líneas, toman una velocidad impresionante. Óliver sujeta la mano de Carolina, ésta se gira y lo mira.
–Aquí vamos. Dice Óliver y besa a Carolina en la frente. Ella se recuesta en su hombro y se queda dormida.
Carolina se despierta con un golpe. Está acostada, algo sostiene fuertemente su cuello y no le permite moverse. Intenta abrir los ojos pero la luz es demasiado intensa.
–Mi niña, estás bien, aquí estoy contigo. Dijo la voz de una mujer. Carolina abre los ojos poco a poco y ve a una mujer con una placa en su pecho izquierdo. Maria, dice la placa. Carolina intenta levantarse pero el dolor en su pierna derecha es insoportable. –No te muevas, ya vamos camino al hospital. Tuviste un accidente mi reina, el avión en el que venías se desplomó. Tienes una fractura expuesta en la pierna derecha, al parecer también tienes varias costillas rotas, debiste golpear contra algo muy fuerte. Vamos a hacerte radiografías para descartar heridas internas. ¿Cómo te llamas mi niña?
–Carolina, Caro Solares.
–Muy bien Caro, ¿puedes decirme qué día es hoy?
–Es lunes, catroce de julio.
–¿Cuántos años tienes Carito?
Carolina odia con todo su corazón que le digan Carito.
–¿Cómo están mis amigos? Una alta, china de ojos verdes. Junto a mi estaba un chavo con camisa de cuadros, pantalón de mezclilla y tenis rojos. Y un tipo rubio, debe estarse quejando de todo. ¿Dónde están ellos?
–Estamos haciendo todo lo posible por encontrarlos mi niña, el avión se partió en muchas partes. Por el momento eres la única que hemos encontrado. Ten fé, el señor los tiene en sus brazos.
Las palabras de María le provocaron vértigo. Más le vale al señor que los suelte, que no se le ocurra llevarlos consigo. El dolor de su pierna comenzó a ser insoportable, Carolina gritó cuando la bajaron de la ambulancia y la metieron a quirófano. En lo que la cambiaban de camilla un enfermero le colocó un respirador con oxígeno. Los doctores y enfermeras hablaban sobre el accidente. Al parecer el avión había tenido un problema con uno de los motores y comenzó a dar vueltas en el aire hasta desplomarse. Habían decenas de muertos por todas partes. Le colocaron la anestesia, los ruidos se alejan. Carolina alcanzó a escuchar la voz de María mientras salía de la habitación.
–Pobre chica, su novio le rompió las costillas al sujetarla, el chico tuvo una contusión en el cráneo y murió instantáneamente.
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