Suerte minina

 El diablo se ha disfrazado de gato negro. Ha decidido caminar entre los hombres en un traje sigiloso, sofisticado y escurridizo. 


  El gato, con toda su negrura, lleno de pelitos de maldad camina por las banquetas de la ciudad. Sortea obstáculos, escobas, neumáticos. Ve a una niña jugando a la pelota, trepa a un árbol para mirar la escena. La niña está intentando aprender a botarla, su coordinación aún no se lo permite, poco movimiento en la manzana. El gatito baja de su mirador y se dirige a un extremo del parque, a la vista de la niña. Ésta, fascinada por la presencia del felino camina hacia él e intenta tocarlo. El gatito se sienta esperando que la niña se acerque a la banqueta, a un lado de la calle.  

  La niña no advierte que en la acera de enfrente hay una camioneta con insignias de la veterinaria "Huellas", cuyo teléfono anunciado corresponde a una viejecita que está harta de recibir llamadas para preguntarle sobre vacunas y consultas a altas horas de la madrugada. La camioneta se enciende al percatarse de la distracción de la niña. 



  El padre está sentado en una banca de fierro verde, con un café ya helado en vaso desechable en su costado, en el otro el protector solar para la niña. El hombre de treinta y tantos está leyendo un mensaje de Luisa, una amiga muy simpática de la oficina que de vez en cuando le manda fotos de su anatomía al desnudo, el mundo se silencia cuando ella se encuentra en línea. Sonríe para sí, fantaseando con la joven. 

  La niñita se sienta en cuclillas para acercarse con cautela al minino, éste permanece inmóvil. La puerta del copiloto de la camioneta se abre, en un segundo baja Ramiro, de veintisiete años, tres veces preso por robo a mano armada. Ramiro toma a la niña de la boca con sus manos de olor metálico y carga los dieciocho kilogramos y los lleva de prisa a la parte trasera de la camioneta. 



  El padre escucha un auto rechinar y voltea por instinto. No está su hija, no alcanzó a reaccionar y la camioneta giró a la derecha, sin placas, sin modelo. El padre se para desesperado, voltea a todas partes intentando buscar a alguien a quien pedirle ayuda. Junto a la pelota de su hija, está sentado un gato negro que lo mira fijamente, sus ojos hipnotizantes lo atraviesan y le generan un escalofrío que le recorre todo el cuerpo hasta llegar a la nuca. El gato por un instante parece sonreír, da media vuelta y se aleja con un paso cachazudo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El observador

Día de campo

Sólo hazlo.