Decisión

   Delia se sienta frente a su ordenador, toca la superficie helada y la pantalla se ilumina. Escribe su contraseña y espera a que aparezca la fotografía de fondo de pantalla. Fabián y ella están sentados en una mesa cuadrada, visten elegantes, ella un vestido tinto, el cabello suelto a un costado con rizos preciosos. Él lleva un traje color gris claro, una camisa blanca y un moño color tinto. Un toque romántico y justo para llamar la atención de Delia. 

   La imagen se cubre con decenas de archivos, todos con nombres como imagen_082612, ó Captura de pantalla 2015_07_23. El desorden le genera mucho conflicto, pero es precisamente la forma en la que se encuentra la mente de Delia. Sabe que algo está mal, pero ignorarlo a veces es una tarea más fácil, o cobarde. Delia abre su correo. En lo que se carga la página, revisa su celular por vigésima vez. No hay llamadas perdidas, dos mensajes nuevos. Los mensajes resultan ser imágenes que llaman a un patriotismo inexistente. El porcentaje de batería del aparato baja de un 20 a un 19. La página está completamente cargada. El buzón está lleno de correos promocionales de páginas que quizá visitó alguna vez, y ahora la persiguen como muertos vivientes. Delia se da cuenta que es algo inusual, se recuerda a sí misma varios años atrás haciendo uso constante de su correo electrónico. Ella solía escribir bastante. 

Correo nuevo. 

   El puntero parpadea y aparecen palabras, aisladas, desconectadas unas con las otras. Borrar. Las palabras vuelven a aparecer. Ésta vez en un ritmo más constante, las ideas fluyen, Delia siente cómo sus dedos se mueven solos, un poco de práctica y parece que algo se ha despertado. Todo comienza a tener sentido, y conforme Delia profundiza, llegan los recuerdos, llegan las palabras atoradas, esos nudos que se quedaron en la garganta, que nunca desaparecieron del todo. Delia los olvidó y los nudos se convirtieron en parte de su organismo. La voz de Delia ya no era tan importante. 

   El celular suena, un mensaje nuevo. 

Delia está tan concentrada que no quiere parar, no puede hacerlo, hay un torrente de emociones que está redescubriendo y no quiere que se le interrumpa. Delia sigue escribiendo, y ahora son las emociones las que escriben por ella. La abrazan y la reconfortan. Había un mar, un mar queriendo salir por los ojos de Delia. El mar se ha secado y dejó en su lugar lagrimas de sal, lágrimas que se han secado, que han dejado en su lugar un desierto, un estado de hipnosis vegetativa. Delia estaba segura que no podría volver a sentir, que dentro suyo había un piloto automático, que de alguna forma la vida le había sido drenada y quizá a eso se le llama madurez. 

   Delia llora, y su pecho se contrae una y otra vez con sollozos. Las mangas de su chamarra fungen de pañuelos y recogen todas las decepciones y el tiempo perdido. Se llenan de aquella suciedad llamada vergüenza, Delia se ha sentido prisionera de sí misma, y eso la hace sentir tonta e inmadura. Delia comprende su situación a través de metáforas, todo tiene sentido, ella se permite darle crédito a aquello que le aqueja. Delia no entiende porqué por tanto tiempo se ha conformado con migajas. Delia se enoja consigo misma por haberse permitido no ser su propia prioridad, por no ser la de nadie. 

   El celular ahora timbra. La vibración asusta a Delia, un impulso nace en ella por correr a contestar una llamada que había sido tan anhelada. Ve la pantalla y encuentra el nombre que ha estado buscando y ahora la busca a ella. 

El celular sigue sonando, vibra. 

Delia se araña el cuello, se toma del cabello y tira de él con fuerza, golpea la mesa, avienta al suelo las hojas que tiene a un costado. Es su necesidad de ser amada, esta necesidad que la ha visto reducida a súplicas y reclamos de atención, esa necesidad está brillando, haciendo ruido, cimbrando su mundo y amenaza con dejar de hacerlo en cualquier instante. Delia toma el celular deprisa y lo silencia tocando un botón. Coloca la pantalla sobre la mesa y se decide a seguir escribiendo, decide ser libre. 

   La soltura de su texto ha llegado a tal nivel que el remitente ya no es importante. Delia se está diciendo cosas que se había callado por tanto tiempo. Delia se habla a sí misma, y ella sí escucha, ella sí está ahí. Delia llora aún más, por sí misma, por haberse perdido tanto, por haberse olvidado, por ponerse detrás de los sueños de otra persona, detrás de sus tiempos, de sus caprichos, de sus pretextos. Delia dice, no más. 

   El celular comienza a vibrar sobre la mesa. Vibra, una, dos, tres, diez veces. Deja de vibrar. Delia lo toma y ve un par de llamadas perdidas. Dos llamadas perdidas, dos intentos, dos posibilidades, dos decisiones. 

   Llega un mensaje de texto, parte de él se muestra en la pantalla. 

-¿No vas a contestarme? Para irme a dormir. Tengo mucho trabajo mañana. 

   Delia no puede más y desbloquea el teléfono, termina de leer.

-No digas que no te busco ¿ok?, la que no quiere contestarme eres tú. Adiós. 

Delia se olvida. Pone el número en la pantalla, aparece el nombre y toca para llamar. La bocina del altavoz suena varias veces, nadie responde. Delia insiste. Nada. Delia vuelve a insistir. Algo en el pecho le arde, le quema por dentro, una necesidad que ahora entiende, que odia, pero no puede controlar. Delia ve la pantalla de su ordenador, llena de razón y de fuerza, Delia desea ser esa persona otra vez, pero él responde y el vicio continúa.  




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