Mi maestro de mate
Es extremadamente difícil cargar mil millones de kilos con la espalda debilucha que tengo. Es increíble que una mochila pueda soportar tanto peso sin romperse, y más increíble aún, que los maestros no consideren la salud de sus estudiantes ¿porqué tienen que dejar tanta tarea? ¿Que no tienen programas favoritos? ¿No creen que tenemos otras cosas que hacer? Seguramente lo planean maliciosamente, lo disfrutan. ¡En especial los fines de semana! ¡Quién en su sano juicio podría querer hacer tarea en fin de semana!
No es que no me guste estudiar, claro que me gusta aprender cosas nuevas. Mi abuelo pone todas las noches un canal de documentales, algunos son muy interesantes y he descubierto que muchas personas lo ven. Supongo que es una forma de ser más cultos de una forma un poco más dinámica que en los libros, es una especie de plática en la que terminas aprendiendo sobre alguna cultura antigua, o los efectos del calentamiento global.
Mi maestro de mate dice que todo lo que sucede en la naturaleza es calculable por medio de los números. Que el cuerpo es perfectamente proporcional a sus funciones, que la naturaleza está sincronizada con el resto de las criaturas para que todos coexistan Pero el ser humano ha excedido por mucho la porción que le toca. Se ve tan lindo cuando se enoja, habla con tanta pasión que contagia las ganas de cambiar el mundo.
A veces me da la sensación de que en una de esas clases en las que se decide platicar más de lo normal, cuando pasa la mirada por la mesa de cada uno, puedo jurar que se detiene un poco más en mi lugar. Me pone nerviosa y me dan ganas de voltear a la ventana, de brincar a las ramas de los árboles que cubren la vista, y de irme corriendo lejos. Pero lo único que logro hacer es golpear una y otra vez la goma de mi lápiz contra la mesa, hasta que el profe se desespera y me pide que deje de hacerlo. Sin darme cuenta lo vuelvo a hacer para que me llame nuevamente la atención. La tercera vez y me pide que me salga un momento para que me tranquilice. ¡Tranquilizarme yo!
Me vuelve loca que me pida que me tranquilice y me salgo del salón casi corriendo. Entre la vergüenza y el coraje dejo de prestar atención en mis pasos y como una niña torpe caigo de cara al suelo. El maestro que estaba a unos cuantos pasos corre hacia mi, me toma del brazo, y no definitivamente no es por el dolor, pero inmediatamente al sentir sus manos levantarme, mis ojos dejan escapar un sin fin de gotas de llanto. Él piensa que me hace daño y me suelta. Le pide a una de mis compañeras que llame a la enfermería y ella sale corriendo. Todas se levantan de sus sillas para verme ahí tirada.
Con todo y el drama ya no podía dejar de llorar, uno porque me vería ridícula, dos porque si no fue por el golpe ¿Porqué demonios estaba llorando? En ese momento llegó una enfermera de planta que tenemos en la escuela, una señora de unos 50 y tantos. Revisó mi tobillo con sus manos heladas, y yo lo moví rápidamente.
Con todo y el drama ya no podía dejar de llorar, uno porque me vería ridícula, dos porque si no fue por el golpe ¿Porqué demonios estaba llorando? En ese momento llegó una enfermera de planta que tenemos en la escuela, una señora de unos 50 y tantos. Revisó mi tobillo con sus manos heladas, y yo lo moví rápidamente.
-Un esguince, seguro-. dijo la enfermera sin pensarlo dos veces. -¿Puede ayudarme a llevarla a la entrada? Necesito llamarle a sus padres para que la lleven al hospital a que la revisen.
El maestro sin saber que decir o hacer se quedó un momento con los ojos bien abiertos.
El maestro sin saber que decir o hacer se quedó un momento con los ojos bien abiertos.
-¿Y bien? ¿piensa quedarse ahí todo el día?- Insistió la mujer.
-Por supuesto que no- Reaccionó parpadeando rápidamente -Agárrate de mi cuello- Me dijo mientras pasa uno de sus brazos por debajo de mis piernas flacuchas.
-Por supuesto que no- Reaccionó parpadeando rápidamente -Agárrate de mi cuello- Me dijo mientras pasa uno de sus brazos por debajo de mis piernas flacuchas.
Me sujeté fuertemente y me levantó sin ningún problema. Jamás me había acercado tanto, su loción se impregnó en mi nariz, entró por mis pulmones y generó un extraño cosquilleo en mi estómago. Me cargó todo el pasillo hasta las escaleras, bajamos dos pisos y cruzamos el patio para llegar finalmente a la oficina de la secretaria. Me dejó en una de las bancas y me dijo que le pediría a alguien que me trajera mis cosas. Un poco nervioso inclinó la cabeza en señal de despedida, dio media vuelta y se fue.
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