La Verdad Incómoda

En la oscuridad, el asfalto negro, con reflejos de la noche, lleno de olores pestilentes, asquerosos. Desechos humanos, botellas de cerveza rotas, bolsas, botellas de plástico tapizando completamente las esquinas. Montículos de incomodidad visual, de cansancio social, de hastío. 

Ahí está Verónica, practicante en una oficina de gobierno, que lucha incansablemente por un puesto permanente. Uno pensaría que es una persona sumamente capaz, que quiere cambiar el mundo, pero francamente, su mayor atributo llena perfectamente su sostén 34C y sus nalgas, ellas son firmes y redondas, no muy grandes, pero suficientes para llenar su falda ajustada color beige. No es fea, no con la cantidad de maquillaje que utiliza, aunque tampoco es muy guapa. Verónica acaba de salir de una reunión que tardó más de lo normal, un error del gobernador del estado ha puesto de cabeza toda su oficina intentando excusar, arreglar, tapar, distraer la atención de los medios. Hubo gritos, hubo risas, hubo insinuaciones. Un chivo expiatorio tomaría la culpa, una culpa muy bien pagada, y así terminó la junta. 

Verónica y sus veintidós años salieron a toda prisa. Las dos de la mañana comenzaban a arruinar su cabello. Sus pies estaban cansados de correr de un lado a otro con sus tacones. Lo único que quería era tomar un taxi y dormir, con un poco de suerte, las 6 horas que le restaban. 

El Licenciado Santacruz la interceptó en la entrada, la tomó de la cintura y la acercó a si. Le ofreció llevarla a su casa... O si ella prefería, tomar un trago fino, para darle valor y quitarle cualquier estúpida inhibición, para después quitarle la ropa y tener sexo una o dos veces. Posteriormente la tomaría de la parte posterior de la cabeza, jalando fuerte de su cabello enredado, castaño y la posaría justo en su miembro erecto y lleno de fluidos corporales. Ella se resistiría un poco, pero el apellido del licenciado sería demasiado tentador, ella finalmente abriría su boca y se tragaría en silencio la descarga de ego y poder del caballero. Tras recibir sexo oral hasta quedar satisfecho, de la juventud y de la ambición de Verónica, el Lic. Santacruz quedaría profundamente dormido.

Esas no fueron las palabras del Lic, en realidad lo que él dijo fue -Puedo llevarla a su casa, si quiere, señorita-. Verónica escuchó perfectamente lo que él trataba de decirle, entre líneas. Un favor político, tentador. Sus sesenta y pico no tanto, ni el olor rancio de sus dientes amarillos, sus manos gordas y llenas de callos ni su cabello blanco y escaso. 

Verónica no era brillante, ni siquiera inteligente en un nivel promedio, pero la mujer sabe cómo se maneja la política en su país y terminó subiéndose al mercedes negro del Licenciado Santacruz y él terminó con Verónica y en ella. 

La oveja se reveló como lobo, y el lobo se volvió oveja. Después del acto, ella cargó con decenas de fotografías su celular, mostrando en ellas al hombre dormido, desnudo, despeinado y lleno de sudor, con los ojos y la boca entre abierta. Sustancias ilegales a su costado, la infidelidad, y la estupidez del Licenciado Santacruz le dieron a Veronica un precioso departamento de tres recámaras en el piso 7 de un edificio nuevo, un auto de lujo y un lugar permanente en la mesa ovalada con sillas de piel fina con su apellido Ramírez Ortega en una placa de metal.   





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