Labios secos.
Desperté con la boca completamente seca, mi garganta me raspaba y no pude hacer otra cosa que levantarme de la cama. Intenté generar un poco de saliva para aliviar mi desesperación, pero no sucedió. Entré al cuarto de baño, vi mi reflejo en el espejo, mi cabello desaliñado, con una gruesa capa aceitosa, mi cara tenía una marca de lado a lado generada por la almohada. Quise ahorrarme el impulso de abrir el grifo, pero fue casi instintivo. No sucedió nada. Ni un ruido en la cañería, ni una gota, absolutamente nada. Una desesperación, similar al frenesí que uno siente al estar enamorado, en la boca del estómago, se apoderó de mí, vértigo. Quise llorar, en verdad lo intenté, pero no había más líquidos en mi cuerpo para cumplir con mis caprichos emotivos. Lo más parecido a algún líquido fue un spray para esconder el mal aliento. La sensación húmeda fue reconfortante para mi lengua.
Caminé hacia la cocina, mientras buscaba algo en el refrigerador casi vacío, me llamó la atención la caída de otro árbol en la acera de enfrente, ya sin hojas, había sido de los más resistentes, pero finalmente cedió. Aquella batalla perdida me llenó de miedo, así será de ahora en adelante, caeremos uno tras otro, nos veremos deteriorados hasta que sea nuestro turno.
Caminé hacia la cocina, mientras buscaba algo en el refrigerador casi vacío, me llamó la atención la caída de otro árbol en la acera de enfrente, ya sin hojas, había sido de los más resistentes, pero finalmente cedió. Aquella batalla perdida me llenó de miedo, así será de ahora en adelante, caeremos uno tras otro, nos veremos deteriorados hasta que sea nuestro turno.
Prendo la televisión, en el canal de noticias. El extremo inferior derecho muestra el conteo diario. Son ya 778 días sin una gota de lluvia en todo el mundo. Un millón setecientos ochenta y dos personas fallecidas en lo que va del año. Las poblaciones más vulnerables fueron las primeras en desaparecer. ¿Quién lo diría? Que el mundo como lo conocíamos podía cambiar en tan poco tiempo. Al principio la sociedad quiso unirse por los más desprotegidos, finalmente comprendieron que no era una situación pasajera, y no sólo resultó tremendamente caro adquirir un balde de agua, era imposible. Cada gota que se vendía, era una gota menos para ellos. Es impresionante cómo el ser humano sacó su verdadera naturaleza, es denigrante formar parte de ellos, y los que seguimos vivos de alguna u otra forma fuimos los peores, porque preferimos luchar por nuestra vida.
Mi padre fue un arquitecto reconocido, quien tuvo, junto con mi madre, la fortuna de morir antes de la maldita sequía. En vida, formó parte de un bufete bastante importante de arquitectos. Nos dejó con una suma importante en el banco, y con muy buenos contactos que nos ayudaron a seguir adelante solos. Mi hermano mayor siguió sus pasos, estaba especializado en arquitectura ecologista y desarrollo sustentable. Gracias a él y al dinero de mi padre, pudimos adquirir un tratador de aguas negras y con él pudimos aguantar bastante tiempo mi hermano, mi hermana y yo. Nos hicimos lo más herméticos posibles. Hablar con familiares y amigos daba siempre una sensación de querer ayudarlos. Escuchábamos que tenían problemas para conseguir agua, que sus padres, sus parejas, sus hijos habían enfermado. No podíamos con la culpa y dejamos de hablar con todos. Mi hermano fue de las pocas personas que conservó su trabajo, y de hecho le iba bastante bien, a su manera intentaba apoyar, pero todo fue muy rápido, cualquier medida que se tomaba se veía arrasada por la demanda. Se necesita agua para absolutamente todo, los cultivos necesitan agua, los animales que terminan en el plato también. Sin lluvias, el agua destinada al consumo de las personas tenía que dirigirse a todo lo demás. Los suministros, que no estaban a tope cuando todo empezó, se vieron drenados, y finalmente se secaron por completo.
El tratador de agua ocupaba bastante espacio, primero lo colocamos en la casa de mis padres, para que únicamente los tres tuviéramos acceso a él. Después tuvimos que esconderlo en una bodega a las afueras de la ciudad, pues los robos y secuestros se convirtieron en cosa de todos los días y temíamos que alguien nos lo quitara.
Se secaron todos los ríos, lagos, lagunas, charcos, albercas. Todos los países, de primer y tercer mundo se vieron en problemas. Los mejores eran aquellos con mayor cantidad de agua por habitante, se intentó comerciar con el uso "universal" de los pocos que quedaban, pero los que aún tenían agua la protegían con enorme celo.
Las iglesias se llenaron de seguidores nuevos, se hicieron oraciones por la aparición de una tormenta, un huracán, una lluvia, una nube. Se buscaron explicaciones científicas, se intentó revertir con medios militares, químicos, pero fue imposible, la presión atmosférica cambió, y con ello el ciclo del agua se terminó en evaporación, el agua no era capaz de formar nubes, simplemente se desintegraba en los niveles superiores de la atmósfera, y no volvía más. Finalmente llegó el día en que todo líquido potable, o con fácil tratamiento se secó para siempre. La gente dejó de trabajar, buscar agua se convirtió en un trabajo de tiempo completo.
Un día, después de filtrar un tambo completo de agua sucia, se escuchó un tronido muy fuerte, y así fue que nuestro procesador dejó de funcionar. Fuimos a otra ciudad para intentar comprar refacciones. Ya no había, ni ahí ni en ningún lado. La fábrica había dejado de trabajar un año antes por falta de agua para cortar el metal. Irónicamente, necesitábamos agua para tener agua. De ahí en adelante entramos en la guerra por sobrevivir.
Lucas, mi perro, había aguantado bastante tiempo conmigo, incluso después de perder el procesador nos la arreglamos para racionar lo poco que encontramos, compartí con él todo cuanto pude para mantenerlo vivo. Le dio una infección en los riñones, por falta de agua. La mayoría de los veterinarios convirtieron sus clínicas en mataderos. Cientos de miles de personas llevaban a sus perros para darles una muerte digna. Cuando esta medida se empezó a aplicar a niños, todos se volvieron locos. Por unos meses escuchamos que se sancionaría a cualquier médico que ayudara a terminar la vida de cualquier persona. Un tiempo después, la sanción sólo aplicaba a menores de edad y a personas con capacidades distintas. Después a nadie le importó, si quieres terminar con tu vida, nadie iba a juzgarte. No hay cosa más espantosa que ver una muerte por deshidratación, especialmente porque sabes en el fondo, que no estás lejos de experimentar lo mismo. Las alucinaciones, los labios partidos, la piel se convierte en papel quebradizo, los ojos se hacen como pasas y es un dolor desesperante e imposible de aplacar, la boca se seca completamente; y entonces empiezan las alucinaciones, las enfermedades, infecciones, y de ahí.. el camino restante es bastante corto.
El océano perdió 7 metros, después 12, luego comenzaron a medirse en kilómetros, y finalmente empezaron con la cuenta regresiva. El calor y la evaporación se incrementaba, y con ello más evaporación. Se tomaba toda el agua posible para tratarla y convertirla en potable, los muelles y playas se convirtieron en pueblos a la orilla de un desierto. Los noticieros no se cansaban de comparaciones, de un día a otro cómo había cambiado el panorama. Cuántas especies se habían perdido, números, números, videos, declaraciones de familias suplicando al reportero por un trago de lo que fuese, música patética y lastimera de fondo. Ni siquiera en el final fueron capaces de dejarse de dramatismo.
Una noche, entraron a nuestra casa un grupo de personas, sin paliacates ni máscaras que cubrieran sus identidades, sin vergüenzas, con una carcajada y una metralleta apuntando a nuestras caras nos despojaron de cualquier pertenencia que se les antojara. Todos los recuerdos valiosos de mis padres se fueron en bolsillos de pantalones sucios de tierra, hediondos a humanidad, a sudor y a mierda. Mi hermana menor, con veintiún años, fue víctima de lo peor de la raza humana. Se la llevaron a la recámara de mis padres en la planta superior. Mi hermano y yo no pudimos hacer nada para detenerlos, nos amarraron a una silla mientras escuchábamos los gritos de ayuda, de súplica, de dolor. La brutalidad con la que la atacaron dejó una habitación llena de sangre, entre sábanas y su ropa sucia, cuando pudimos zafarnos, corrimos a buscarla. La encontramos con la mirada perdida en la nada. Esa noche Daniela perdió toda la seguridad en sí misma, en la vida, en su casa, y también en nosotros. Dani nos dijo un par de semanas después que necesitaba huir de este lugar, del olor asqueroso que se respiraba en la ciudad. Decidió probar suerte en la costa, y de hecho nos pareció una excelente idea. Nos despedimos con abrazos y buenos deseos, bebimos una botella de sidra rosada, dos litros y medio que nos costaron doscientos mil pesos, se fue junto con un grupo de amigos de su infancia a quienes conocíamos de toda la vida. Debía llamarnos al llegar a un lugar seguro, queríamos alcanzarla unos días después.
Nos enteramos por distintos medios que en el camino a la playa a donde se dirigía Dani, había un retén civil-militar que controlaba el ingreso de foráneos, foráneos con el mismo color de pasaporte. Porque ya poco importan las fronteras o los países, cualquiera que quisiera tomar recursos, era foráneo, el enemigo, si tenías dinero para comprar a los porteros, podías pasar, si no tenías suficiente, seguramente morirías en el pavimento hirviendo. Daniela tenía suficiente dinero consigo, pero no importó mucho cuando inició un tiroteo. Se dice que involucró a policías y militares que arremetieron contra civiles, granjeros, y personas, personas que compartían el pánico a morir de sed. Las plantas, árboles, y hierbas muertas que se encontraban alrededor de la carretera no tardaron en prenderse con el calor de las balas, el calor se esparció por todas partes. Hay algunas grabaciones de llamadas que sucedían en el momento del enfrentamiento. Se escuchaban gritos de mujeres, llantos de niños, desesperación y golpes, al fondo el gruñido de las llamas alimentándose de todo a su paso. Nadie sobrevivió al infierno de las llamas, miles de niños, hombres y mujeres murieron calcinados. Mi hermano mayor y yo vimos la pantalla, escuchamos las llamadas, vimos algunos videos que se recuperaron con imágenes dañadas y entrecortadas, fuertísimas de los últimos segundos de vida de personas que se despedían de sus seres queridos. Vimos y escuchamos todo sin decir una palabra. No pude parar de llorar, lloré hasta que las lágrimas se me agotaron. Quizás pensé que tendría una oportunidad de sobrevivir, por ser mujer, por ser inteligente, por la dulzura de sus ojos. Nada de eso importó, en ese momento nos dimos cuenta que era cuestión de tiempo.
Mi hermano, Jorge, y yo, decidimos que hoy sería el último día para nosotros. Encontramos una última gota con todo lo que teníamos, relojes, cualquier cosa que tuviera valor, como si sirviera de algo tener más de doscientos celulares, millones en televisores, en autos de lujo, en anillos de compromiso, en dientes de oro. Pero había gente que todavía estaba dispuesta a dar medio litro de agua por el valor de una casa. Compramos una licorera con whiskey. Nos sentamos en la mesa del comedor, y bebimos directo de la boquilla. Nos reímos, hablamos de películas, de fútbol, de los viajes que tuvimos de pequeños, de nuestros padres, de Dani. Jorge puso sobre la mesa un revólver y tres balas. Cargó la pistola con dos de las tres balas, jaló del martillo y la puso frente a mi.
– Quiero asegurarme de que lo hagas bien. Buen viaje hermano.
Tomé la pistola. Era más pesada de lo que me imaginaba. Mis dedos recorrieron el gatillo y el mango. Levanté el cañón y lo puse en mi boca. Respiré profundo, cerré los ojos. Un tronido hizo vibrar el suelo. Abrí los ojos, y encontré la misma mirada de desconcierto en mi hermano. Ambos pensamos que era el ruido de un trueno. Fuimos a la ventana y vimos varias detonaciones a lo lejos. Una tras otra, se acercaba a nosotros eliminando todo a su paso. Jorge, me tomó de los hombros y me cubrió con sus brazos. Una detonación cayó justo enmedio de nuestra casa, los muros se hicieron añicos, salimos volando por la ventana y la alarma de mi celular sonó.
Desperté con la boca completamente seca, mi garganta me raspaba y no pude hacer otra cosa que levantarme de la cama. Intenté generar un poco de saliva para aliviar mi desesperación, pero no sucedió. Entré al cuarto de baño, vi mi reflejo en el espejo, mi cabello desaliñado, con una gruesa capa aceitosa, mi cara tenía una marca de lado a lado generada por la almohada. Abrí el grifo y bebí toda el agua que pude, me mojé la cara, el cabello, el cuello. Y respiré con una satisfacción difícil de describir. Mientras reía frente al espejo, el agua del grifo seguía corriendo.
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