El Niño Que Recordó

  Darío se pone su pijama del personaje de Disney, Peter Pan, que le regaló el abuelo. Su pantalón, ya deslavado y su playera color azul rey lo hacían sentir cómodo al punto de no querer quitársela el día siguiente. Gabriela, la madre siempre se prometía desaparecerla un día antes de meterla a lavar, pero la expresión de su hijo al portarla era una sonrisa que valía la pena cualquier berrinche mañanero, por lo menos hasta que el berrinche se hacía presente el día siguiente. 

    Gabriela coloca un vaso con agua en la mesa de noche, quita los juguetes que esconden la madera rayada de tantas batallas de Batman contra Rayito McQueen. Darío se esconde debajo de las cobijas y comienza a convulsionarse con brincos de aquí a allá con su cadera. Un ataque de histeria, de energía y de infancia que aquellos con hijos pueden comprender perfectamente. Gabriela se inclina sobre su hijo y le da un beso en la frente. El olor a la leche con chocolate, a recién bañado y a juventud le llenan los pulmones de orgullo y amor y se retira. Ninguna luz prendida, Darío ya es un niño grande. 

   Darío no tardó en caer profundo, había tenido entrenamiento de fútbol y le había ido bastante bien. Con una sonrisa recordó el par de atajadas que salvaron al equipo y las palabras de sus compañeros sonaron más y más fuertes, los colores se hicieron más brillantes y de repente pudo sentir el pasto bajo sus pies. Estaba corriendo muy rápido trae un balón entre los pies, frente a él un jugador con jersey blanco y una ralla roja se acerca peligrosamente, un movimiento ágil y el balón sale disparado en el aire justo a tiempo. El contrincante no tiene la habilidad para detectar el movimiento y es dejado atrás. La pelota vuelve entre sus pies, el público grita emocionado, puede escuchar los gritos de uno de sus compañeros pedirle un centro, pero ve una oportunidad, su corazón inyecta adrenalina y su zapato golpea tan fuerte como le es posible. El balón pasa entre el defensa y el despeje, la segunda barrera es el portero que tiene poca visibilidad por culpa del defensa, el balón abraza el poste y entra apenas rozando el interior del tubo blanco. Gol. 

    Corre por la banda y se desliza en el césped sobre sus rodillas para terminar acostado viendo el cielo negro. Las luces, los gritos, los flashes, luego los abrazos, las felicitaciones, la euforia. Su esposa, sus hijas, su perro Skinny raza weimaraner, toda su vida, sus amigos, sus contratos, su auto deportivo, todo estaba ahí en ese momento, en su mente. 

   Un golpe en la espalda por parte del medio lo transporta a un baile. Está en un gran salón, está iluminado con candiles enormes, las mujeres visten con corset incómodos que contraen sus cinturas a tallas ridículas. El ambiente huele a comida, a tierra mojada, a transpiración humana concentrada, a estiércol de caballo en las botas de los caballeros. El golpe en la espalda viene de su padre que lo presenta un tío lejano que los visita desde Francia. El chico entiende un poco, pues tiene poca retención para las clases matutinas con su tutor de idiomas. Es más interesante la mujer que está detrás de él. Una mujer blanca como la nieve con unos labios rojos hinchados, como dos cerezas que te incitan a morderlas. La señora era su tía, jamás la había visto más que en pinturas. Por primera vez sintió la sangre fluir por lugares que había explorado solo en la comodidad de su habitación, jamás en público y nunca sin sentir el roce de su puño. El chico se sonroja e intenta disimularlo con las manos en la entrepierna pero todos los que lo rodean se dan cuenta del acontecimiento. Los varones se ríen a carcajadas, las mujeres agitan fuerte sus abanicos y voltean para otro lado, escandalizadas.

    Las risas resuenan fuerte, el color ámbar se torna más oscuro, más sombrío, el frío entra por sus mejillas, la tierra árida y las piedras se sienten debajo de las suelas de sus botines. Una fogata calienta a los miembros del clan, ella se calienta bajo los brazos de su hombre, un hombre corpulento de piel rojiza, nariz ancha, cabeza grande, lampiño de pecho y espalda. En brazos su niño, casi recién nacido, apenas se están conociendo, la voz y los llantos, los deditos buscan sujetar su dedo todo el tiempo y es devorador voraz de su leche. Ella teme secarse algún día y no poder alimentarlo. Los tambores a lo lejos celebran el fin del invierno, hay bailes y ofrendas. Los rostros se pintan con tierra roja y los dientes relucientes blancos denotan alegría. Ella suspira y mira al cielo, lleno de estrellas, incontables y relucientes. Sonríe y agradece por la abundancia de ese temporal. Cierra los ojos y se deja llevar por el viento. 

   Darío abre los ojos. Se queda un instante contemplando su techo estrellado con figuritas fluorescentes. Corrió hacia su madre que aún dormía. La despertó con empujones y ella abre los ojos aterrada. El niño grita cosas, nombres, lugares, la madre no entiende nada. Cuando la razón vuelve a la madre presta un poco más de atención a los detalles del relato de tu hijo. Primero sonó completamente disparatado, pero después las historias, la cantidad de información, de detalles era impresionante. Tomó su celular, buscó el nombre de aquel futbolista que Darío recordaba haber personificado. Con la pantalla encendida dando la espalda al niño fue corroborando nombres, fechas. Todo era real. Las historias más antiguas fueron difíciles de comprobar, pero con ayuda de un historiador fueron recolectando migajas aquí y allá. Incluso viajaron a Escocia, donde supuestamente se había llevado a cabo la fiesta con los familiares franceses. Darío condujo al taxista exactamente al castillo que él recordaba. Se bajaron del vehículo y les dio un recorrido detallado, como si se tratara de su propia casa. Los actuales dueños se unieron al recorrido, y sorprendidos descubrieron historias en cada grieta de un castillo que había estado en su familia por generaciones. 

El taxista, que se había quedado impactado por el niño se acercó a la madre y le pregunta 

¿Qué cree que sea? ¿Un ángel? – Le susurró al oído, sus manos sostenían un dije religioso, en inglés. 

Todos somos uno. – Respondió la voz de Darío detrás del taxista, en español. 

   La madre y el taxista voltearon sorprendidos por la respuesta, el taxista no entendió la respuesta pero fue quedó convencido de que el niño sí le entendió a él. 

¿A qué te refieres mi amor? –Dijo Gabriela. 

–Fui, soy y seré todas las personas vivas, puedo recordarlas a todas cuando duermo. Pero hoy soy Darío y hoy tú eres mi mamá. Tengo ganas de una hamburguesa, ¿Podemos ir a Mc Donald's?   








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