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Labios secos.

D esperté con la boca completamente seca, mi garganta me raspaba y no pude hacer otra cosa que levantarme de la cama. Intenté generar un poco de saliva para aliviar mi desesperación, pero no sucedió. Entré al cuarto de baño, vi mi reflejo en el espejo, mi cabello desaliñado, con una gruesa capa aceitosa, mi cara tenía una marca de lado a lado generada por la almohada. Quise ahorrarme el impulso de abrir el grifo, pero fue casi instintivo. No sucedió nada. Ni un ruido en la cañería, ni una gota, absolutamente nada. Una desesperación, similar al frenesí que uno siente al estar enamorado, en la boca del estómago, se apoderó de mí, vértigo. Quise llorar, en verdad lo intenté, pero no había más líquidos en mi cuerpo para cumplir con mis caprichos emotivos. Lo más parecido a algún líquido fue un spray para esconder el mal aliento. La sensación húmeda fue reconfortante para mi lengua.    Caminé hacia la cocina, mientras buscaba algo en el refrigerador casi vacío, me llamó la atención la ca

La Puerta se Abre

Por Karla Gunz Son las dos con seis minutos, eso marca el reloj en la pantalla de Julia. Ella es una mujer exitosa, a sus treinta y uno es dueña de una empresa de marketing digital y publicidad, la inició junto con un par de colegas, pero con el tiempo y varias disputas de por medio quedó solo ella. Julia tomó un sorbo de su café negro, ya tibio, amargo. Sostuvo la taza por un rato, como si esperara a que se enfriase, finalmente la dejó sobre el plato de porcelana y siguió escribiendo. Una idea nada brillante, pero así es como le suceden las mejores, comienza escribiendo tonterías y después de llenarse las venas de cafeína e insomnio, la creatividad fluye. Una campaña para mejorar la imagen de una empresa que sufrió un escándalo por sus niveles de azúcar en sus alimentos. Normalmente Julia pide a sus becarios que generen lluvia de ideas, y entonces comienza el trabajo, pero los chicos estaban de vacaciones en la universidad y el proyecto tenía que presentarse en una semana.

Batalla lunar

Hombre apunta sus ojos distantes al horizonte. Este no lo llena, no lo reconforta. Gira a un lado, a otro, busca en las sombras de los árboles, en el reflejo del mundo en los charcos del asfalto. Nada. El viento lo acaricia y se burla de él. Sus brazos entran en guardia y erizan sus bellos. Se prepara para la batalla, el hombre suspira fuerte, vacía todo el contenido de sus pulmones como señal de poder y fuerza. Aprieta los puños hasta mostrar las venas. El aire entra nuevamente y hace combustión en sus entrañas, quién sabe dónde, pero muy profundo, y duele. El hombre entra dentro de sí mismo, y navega sus recuerdos. Sus palabras desbocadas, sus pasos erróneos dejan huella en una superficie blanda y sensible. el hombre quiere dejar de ser él, para ser otra cosa, lo que fuese, pero él no. Una luz azul penetrante lo saca, lo inunda y lo expone. El hombre alza la vista, y ahí, bien alto, la luna lo mira de vuelta. La batalla es sangrienta y despiadada. El hombre no

El vagabundo y su perro

El carrito de supermercado caminaba cada vez más chueco. Tenia un rechinar sin remedio alguno que anunciaba el pasar de don Benito y el señor Venustiano. El señor Venustiano arrastraba ya los pies en su andar cansado, las suelas desgastadas asomaban rítmicamente los calcetines del pobre viejo, igual de pobre que viejo.     Ahí iba aquel par por la Avenida Santa Lucía, don Benito cuidaba del Señor Venustiano. Entonces en una cochera, apareció la figura de un canino enorme y negro, los tomó por sorpresa a ambos. El perro golpeó contra la reja que quedaba a penas cerrada con el peso de una cadena con su respectivo candado. La reja se movió en dirección a la calle, dejando suficiente espacio para darle escape. Don Benito no lo dudó un segundo y se avalanzó hacia el bulto negro que se dirigía a la pierna de Venustiano. Los hocicos se encontraron con pedazos de lomo, de oreja y finalmente dieron con el cuello. Benito perdía el aire, perdía sangre y perdía la batalla. Venustiano tomó un l