Entradas

Destino

-¡Carolina! ¿Qué demonios estás esperando para bajar? ¡Tenemos que estar en veinte minutos en el aeropuerto o perderemos el vuelo! –Gritó Daniela.    Carolina se miró a los ojos en el espejo aún empañado del baño. Un suspiro de hastío y de resignación salió de golpe. Toma el tubo de rimel y colorea sus pestañas superiores. Un detalle casi imperceptible para ella, pero no podía salir de su casa sin él. Una última mirada, cabello desordenado, bien, Ojos, siguen ahí. Boca, seca y pálida, perfecto.    Sale a toda prisa. Daniela, su mejor amiga, y Giovani, su novio ya la esperaban en el taxi. La puerta está abierta de par en par para no dejarle otra opción que entrar.  –¡No lo puedo creer! ¿Cómo puedes tardarte tanto en arreglarte y salir así? – Dice finalmente Giovani, en tono despectivo. El taxista arranca en cuanto la puerta se cierra. –Tenía que prepararme mentalmente para lidiar con idiotas, no era mi intención seducirles–, Contesta Carolina, malhumorada.    Daniel

Tiempo

  La felicidad consume mayor cantidad de tiempo. Cuando uno es feliz, las horas se consumen a velocidades sorprendentes. ¿Por qué sucede tan rápido? ¿Por qué no puede uno controlar la percepción para disfrutar un poco más, incluso pausar ese momento para apreciarlo, como si fuese un lindo paisaje.   ¿Es el tiempo entonces, un personaje cruel, que se alimenta de la felicidad? Deberíamos quizá hacer una revuelta, tomarlo por sorpresa, aprisionarlo y cuando esté distraído podríamos  tomar el tiempo que nos corresponde, y si tenemos suerte, podríamos devolverle la eternidad de los momentos tristes. Porque nadie quiere vivir la espesura del término de una relación, o la muerte de un familiar, o la pérdida de un bien importante.   Uno recuerda entonces, que los momentos que realmente nos definen son aquellos que nos ponen a prueba, aquellos que nos hacen sentir impotentes, que nos obligan a superarnos, a ponernos de pie cuando creemos que no nos es físicamente posible. La felicidad es

El Juego de las Sombras

El timbre de inicio de clases acaba de sonar. Calvin baja de la camioneta tipo SUB de su padre, se despide rápidamente y emprende la carrera para evitar el castigo por llegar tarde. El camino al salón estaba casi despejado, unos cuantos estudiantes corren a sus respectivas aulas. Calvin sube un par de niveles para llegar al pabellón de cuarto grado, el salón número tres con la letra C grabada en la puerta. Calvin tuvo que tocar la puerta, pues la maestra ya se encontraba al frente hablándole a sus compañeros. Calvin espera respuesta, y por fin la maestra abre la puerta. Le pide que tome asiento después de anotarse en la lista de los retardos, una cartulina pegada en la pared del pizarrón.    Aquella lista condenaba a sus integrantes a quedarse 5 minutos dentro del salón después del toque del receso, sólo restarían veinticinco minutos para comer y jugar un rato. Podía significar poco, pero en tiempo juego 5 minutos son la diferencia entre ser el jugador estrella, o uno del montón.

Labios secos.

D esperté con la boca completamente seca, mi garganta me raspaba y no pude hacer otra cosa que levantarme de la cama. Intenté generar un poco de saliva para aliviar mi desesperación, pero no sucedió. Entré al cuarto de baño, vi mi reflejo en el espejo, mi cabello desaliñado, con una gruesa capa aceitosa, mi cara tenía una marca de lado a lado generada por la almohada. Quise ahorrarme el impulso de abrir el grifo, pero fue casi instintivo. No sucedió nada. Ni un ruido en la cañería, ni una gota, absolutamente nada. Una desesperación, similar al frenesí que uno siente al estar enamorado, en la boca del estómago, se apoderó de mí, vértigo. Quise llorar, en verdad lo intenté, pero no había más líquidos en mi cuerpo para cumplir con mis caprichos emotivos. Lo más parecido a algún líquido fue un spray para esconder el mal aliento. La sensación húmeda fue reconfortante para mi lengua.    Caminé hacia la cocina, mientras buscaba algo en el refrigerador casi vacío, me llamó la atención la ca