Una serie de chubascos desafortunados “…y un buen baile”

Pepe se despertó con el sonido del celular, dio un par de golpes para encontrar al dispositivo, un par de manotazos y de nuevo silencio. Después de un viernes de fiesta un dolor de cabeza nubló su visión. Laura se tapó la cara con la almohada. Eran las cuatro de la tarde, se durmieron apenas a las siete de la mañana. Unos minutos más se contemplaron mientras sonreían. Pepe por fin se decidió a levantarse, se inclina hacia Laura para darle un beso en la frente. Ella le sonríe y se ofrece a preparar el desayuno en lo que Pepe se daba un baño.
Veinte minutos después ambos se encontraron en la mesa, desayunaron huevos revueltos, un pan tostado en cada plato,  y dos vasos de jugo de naranja. No tardaron mucho en devorar todo, mientras Pepe levantaba la mesa, Laura se metió a bañar. Ambos con jeans y tenis se alistaron para el concierto. Querían llegar temprano para estar adelante.
El auto no encendió, un defecto en la batería. Tomaron un taxi, la falta de estacionamiento les hizo pensar que sería una mejor idea.
Unas cuantas calles antes del lugar donde se llevaría a cabo el concierto, anunciaban que tal vez era ya muy tarde para conseguir buen lugar, decenas de familias caminaban ansiosos. Al final de la calle un letrero anunciaba la entrada. El ingreso era controlado, un par de pancartas informaban las restricciones y condiciones de acceso. Una señora se encargaba de reiterarlo, gritándolo a todo pulmón. Las mujeres de un lado, los hombres de otro, Laura miró a Pepe, él le tomó la mano y la besó. Instantes después se encontraron del otro lado de la barricada.
 Cientos de personas se encontraban atiborradas frente a la pareja. El escenario estaba por lo menos a dos cuadras de distancia y la gente ya no cabía. Las nubes empezaron a tronar. Laura y Luis consiguieron un lugar detrás de una pantalla inflable, justo al lado de un grupo de homosexuales que vociferaban su inconformidad por la organización del evento, de vez en cuando chiflaban a hombres que pasaban a un costado.
  El concierto empezó, la gente gritaba y coreaba las canciones. De pronto comenzó a llover, Laura y Luis vieron un vendedor de bolsas impermeables, de baja calidad pero parecían una buena idea. Gastaron veinte pesos en un par. Laura deseaba llegar lo más cerca posible del escenario, entonces emprendieron su trayecto entre hombros, espaldas, cabezas, quejidos, gritos y empujones. Habían avanzado ya una cuadra, los artistas ya cobraban forma.
De repente empezó a llover, la gente indecisa permaneció unos instantes a la expectativa. Cuando pasaron alrededor de treinta segundos de ardua precipitación, la mayoría cedió y rompió fila, corriendo hacia las raíces de algún árbol. Tal fue la desesperación de las personas que tiraron una barricada que se encontraba a unos metros adelante, dividía dos secciones del público.
 La pareja aprovechó el suceso y corrieron para avanzar hasta las faldas del escenario, justo a tiempo para ver a dos de los artistas internacionales, que fueron el motivo de su aventura. Ambos, mojados por secciones se resistían a dejar entrar los litros y litros de agua que caían por segundo, el intento no sirvió por mucho tiempo, pasando un par de minutos tenían cada centímetro de su cuerpo empapado por la lluvia.
El primer artista tardó media hora en salir, la gente estaba desesperada, coreaban y abucheaban. Algunas mujeres gritaban de la emoción, otras se quejaban por el mal clima.
Las luces se encendieron, con ellas el ánimo de la gente,  la calidad del espectáculo subió inmediatamente, seis bailarines mantenían a la gente entretenida mientras el artista cantaba emocionado por la respuesta del público. Absolutamente todos brincaban y gritaban de emoción, la euforia se sentía por doquier. La lluvia dejó de ser un impedimento, aun llovía con intensidad media. Laura gritaba incansablemente, Pepe solo la abrazaba para mantenerla caliente. Después de un repertorio de diez canciones, el artista se despidió con palabras de agradecimiento por la muestra de apoyo.
Laura y Pepe empezaron a quejarse del viento que parecía burlarse de ellos. Pepe decía chistes para hacer reír a Laura. Estaban platicando cuando de repente, las luces se encendieron de nuevo. La música alegre motivó a varias parejas a bailar la melodía al ritmo de salsa. Laura bromeando bailó un poco alrededor de Pepe, para su sorpresa él contestó con una habilidad que no conocía en él.
Pepe se movía con gran destreza, giraba alrededor de Laura y la tomaba de las manos y cadera de vez en cuando para hacerla girar también. Ambos se sonreían al darse cuenta que un circulo se formó para admirarlos. Terminándose la tercera canción decidieron que ya había sido suficiente, satisfechos, detuvieron el primer taxi que vieron y emprendieron el camino de regreso a casa.

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