El Espectador 3
EL ESPECTADOR
“La Obra Maestra”
“La Obra Maestra”
Por: Karla Günz
L
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os minutos pasaban y él seguía ahí, contemplándola. Ella estaba aturdida, tenía las muñecas y los tobillos atados a una silla, una silla por cierto, bastante cómoda. Intentó soltarse sin éxito. Su ropa estaba mojada aún, vestía una pijama de verano, por lo que gran parte de su piel estaba expuesta a la oscuridad de la noche. La luz era muy tenue, unas pocas velas iluminaban solo algunas partes del cuarto, no podía verse con claridad. Él mientras tanto, en el otro extremo, permanecía en la oscuridad.
A él le excitaba verla ahí, sometida a un instante de purificación, la veía y no podía creer que por fin había comenzado. Había esperado un año completo para planear todo minuciosamente. No podía con tanta emoción, era casi imposible mantener la calma, aún con toda la preparación, seguía siendo extremadamente difícil seguir las reglas, otra vez las malditas emociones lo manipulaban. Apretó los puños para contenerse, respiró profundamente. Por fin llegó el momento. Exhalo. El silencio se rompió. Él se levantó del sillón lentamente, haciéndose notar. Los ojos de ella buscaban la fuente del sonido, giró la cabeza, el sonido revotaba en las paredes confundiéndola. Él tomó un cerillo y lo encendió, exponiéndose a la luz de la flama.
El abrigo lo hacía ver tremendamente elegante y con mucho porte. Intimidante. Estaba suficientemente lejos, como para perderse la claridad de los detalles, no se veía su rostro en absoluto. Se veía muy poco con la luz del cerillo, cada vez más débil. Después de unos segundos, el hombre desapareció de nuevo, convirtiéndose en solo un recuerdo, tal vez una alucinación. El sonido de los pasos aproximándose, Sofía no tenía la menor duda que era él. Una sensación de pánico invadió el cuerpo de Sofía.
Había cerca de Sofía una vela grande, la más grande. Los pasos estaban cerca. Ella cerró los ojos, bajó la cabeza y la giró hacia un costado. De nuevo la presencia de él, se acerca, un poco más, se paró justo frente a ella, se detiene unos instantes y sigue caminando, gira un poco y pasa junto a ella. Un pedazo de tela roza el brazo de Sofía, haciéndola estremecer, sensación que conocía perfectamente. Los pasos se detienen, se escucha un fuerte exhalo y silencio. Silencio y más silencio.
Tomás podía escuchar su respiración. El olor de su piel húmeda era insoportablemente precioso, cerró los ojos y la imaginó. Sus labios tan suaves y jugosos, sus ojos abiertos, su cuerpo inerte.
Sofía tenía tanto miedo de abrir los ojos, sentía la presencia del hombre en todas partes, frente a ella, a un costado, podría estar donde fuera, pero el sonido se detuvo detrás, debe estar observándola desde ahí, de hecho, lo está haciendo. Jamás había sentido su cuerpo tan alerta, el sonido de la lluvia que antes le había parecido tan agradable, ahora resultaba un impedimento para escuchar atentamente, maldita lluvia pensó. De repente algo le tocó el cuello, Sofía abrió los ojos e intentó quitárselo de encima, intentó soltarse, salir corriendo, pero sus esfuerzos fueron inútiles, las manos seguían atadas, los pies inmóviles, ella seguía ahí.
Unos segundos después del shock, los ojos de Sofía ya estaban abiertos. La luz era de un tono cálido, ahora podía verse toda la habitación. Cada detalle estaba cuidado meticulosamente. Había un sillón en el fondo, debajo de ella un tapete pequeño. Los pies descalzos de Sofía por fin tocaron el suelo, como si este simple acto representara una esperanza de permanecer con vida. La silla sobre la que estaba sentada estaba hecha de piel. Sofía buscó alguna referencia para saber en dónde se encontraba. Dos ventanas altas y delgadas eran su única pista, lo único que podía ver era la copa de grandes árboles. Sofía no sabía nada de árboles, quizá con el tipo de hojas pudo haber descifrado su paradero. Pero para ella eran árboles, simples y estúpidos árboles.
De repente Sofía escuchó un ruido sobre ella, levantó rápidamente la cara y ahí lo vio, su cara; su expresión de placer mientras sonreía sínicamente. Su cabeza estaba recargada sobre sus brazos cruzados en el respaldo de la silla. Sofía gritó con todas sus fuerzas, intentó tirar la silla girando su cuerpo con fuerza. Ésta no se movió.
- ¿Tienes miedo linda?
Preguntó amablemente él. Sofía sintió náuseas. Moviéndose rápidamente, desde la parte posterior hasta el costado de Sofía, él no dejaba de verla. Sofía por fin pudo ver claramente la cara del hombre. Era increíblemente apuesto.
- Qué maleducado soy, discúlpame. Soy Tomás.
Extendió su mano hacia Sofía haciendo una reverencia, se quedó ahí unos momentos. Esperando que Sofía respondiera el saludo. Sofía solo lo miraba sin poderse mover. La expresión de Tomás cambió, la cara amable y sensual se deformó, los ojos se le inundaron de rabia. Se lanzó sobre Sofía, levantó la muñeca con la mano extendida y la golpeó. La fuerza del golpe aventó la cara de Sofía hacia un costado. Sofía se volvió inmediatamente para verlo, Tomás recobró la postura. Se quitó el abrigo de un movimiento y lo dejó sobre las piernas de Sofía. La delicadeza y ternura de Tomás contrastaba con su explosiva agresión momentos antes. Sofía abrió la boca para decir algo, el se acercó lentamente, seduciéndola. Tomás recorrió las manos de Sofía, luego el brazo, luego delicadamente le sujetó la barbilla girándola hacia él. Sofía lo tenía a unos pocos centímetros, la perfección de ese rosto la confundía.
Los labios de Tomás se acercaron a los de Sofía, la mirada de Tomás buscaba los asustadizos ojos de Sofía. Tomás abrió la boca, y con un susurro dijo.
- ¿No vas a saludar a la pequeña Lola?
La mirada de Tomás apuntaba hacia el suelo. Sofía esperaba encontrar a su gatita, desesperadamente la buscó, no había nada. Tardó unos segundos en reaccionar. El tapete, el pelaje, ésa era Lola. Los pulmones de Sofía se llenaron de aire, el corazón le golpeaba el pecho, amenazado con salir. Tomás seguía ahí, sonriendo. El sillón, la silla en la que estaba sentada, todos los muebles de la habitación eran de piel. Sofía gritó con todas sus fuerzas, el aire desgarraba el interior de su garganta, el dolor era indescriptible. Tomás soltó una carcajada.
- Te diría que no sufrió, pero me aseguré de que si lo hiciera.
Sofía no podía moverse, el pánico la paralizó, ella solo lo observaba y escuchaba atentamente.
- ¿Sabes que tienes una piel hermosa? Una piel que no te pertenece. Solo las diosas pueden tener una piel así. ¿Tú no eres una diosa verdad? Una persona que roba a un dios merece el peor de los castigos. Para eso justamente estoy aquí. Tienes al algo que no es tuyo, y yo voy a tomarlo.
Tomás dio media vuelta y caminó hacia la cómoda, ahí había un maletín. Lo abrió con mucha delicadeza, y de él sacó un rollo de cinta adhesiva. Sofía volvió a gritar desesperadamente, moviéndose de un lado a otro de la silla, los gritos se convirtieron en llanto. Tomás se acercó lentamente a Sofía. Tomás sostenía la cinta, caminando hacia ella con un pedazo de la cinta desprendido, justo frente a la cara de Sofía. Ella no dejaba de moverse y de gritar. Tomás sonríe nuevamente y se susurra.
- Shhh…
me perdi..donde esta el final????
ResponderEliminarEl final vuelve a quedar abierto.. Estoy considerando ampliar la historia y hacerlo una novela.. =)
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