El vuelo de la paciencia

Ayer atrapé un mosquito. Igual que el día anterior, y el día anterior a ese.

Como a muchas personas, el zumbido me resulta insoportable, y la picazón es de las peores torturas, inocente e insignificante, pero te atormenta la vida mientras rascas enérgicamente esperando que el veneno desaparezca para convertirse en dolor por incrustar las uñas en forma de cruz. Es absurdo, y ni siquiera creo que funcione, pero todo el mundo termina colocando una cruz sobre aquella roncha.

En fin, lo que quiero decir es que muchas veces sostuve el puño cerrado ante mi, con la incógnita de encontrar o no el insecto entre mis dedos. A veces creí haberlo matado, pero todas las veces al abrir mi mano, encontraba al mosquito, que se quedaba un instante, como si no creyera seguir con vida, y emprendía el vuelo a donde sea que vaya un mosco después de encontrarse con vida, tras enfrentar lo que sin duda será la experiencia de su vida.

Hoy simplemente contemplé el vuelo, escuché las alas vibrar justo en mi oído, bailó de un lado a otro y finalmente se posó en mi mano. Y está bien, no es que necesite esos miligramos de sangre, pero para aquel mosco significaría vivir sus horas de vida gordo a reventar, porque todos sabemos que viven sólo unas cuantas horas. Hoy no le regalaré la cercanía con la muerte, porque mi mano no se levanta por más que se lo pida, porque mis piernas no responden, mi cuerpo le pertenece a una fuerza suprema, me lo ha robado y sólo puedo contemplar cómo aquel mosco se deleita con mi vida, o lo que queda de ella.

Mi vida se quedó atorada entre el asiento del conductor y el volante, la noche anterior. En su lugar está esto que bien podría ser la prisión más cruel del mundo. He perdido la noción del tiempo. Me pareció ayer, el último día que sostuve mi puño cerrado, esperando que la vida y la muerte del mosquito se discutiera entre mis dedos. Pero no fue ayer. Mis manos ahora tienen arrugas. Y ahora vienen moscos cada día para descubrir vida en mi muerte. Hoy son ellos los que juegan conmigo, me vuelven loco, me torturan.

Hoy se posó uno de ellos nuevamente en mi mano, bebió y bebió, voló un rato, volvió a beber. Entonces voló hacia mi cara para que pudiera verlo. Pude escuchar claramente su voz cuando me dijo

-Esa fue la última gota. Nos tomó mucho tiempo, pero ahora eres libre, hemos pagado la deuda-.

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