En La Tierra Que Nací

¿Porqué habría de importarle a usted lo que un pobre viejo como yo tiene que decir?

No tiene ninguna relevancia mi vida. He viajado poco, no tuve hijos y mi esposa hace tiempo ya que tocó tierra. La tierra conoce más de mi que nadie. Lo poco que hay que conocer, ella lo vio. Mis días no fueron muy distintos entre sí. Largas caminatas del rancho hasta pasar la carretera, llegando al pueblo y de regreso. 

Mi burrito aguantó mucho. Más que mi viejita, y vaya que le costó trabajo. Los dos se entendían re bien. Por horas le platicaba, y Mateo esto, y Mateo el otro, le decía ella. Bien atento la escuchaba, y hasta parecía que le iba a contestar un día. Tremendo susto le habría sacado. Pero ya se me fueron los dos. Ellos nomás sabían quién era yo. En el pueblo me saludaban siempre, los señores y señoras, pero después de que se me fue Mateo ya no podía subir con la madera yo solo, y ni dinero ni ganas para comprarme otro. Ya para qué, ni voy a poder platicarle de mi viejita, me vería con ojos de y éste qué se trae. 

Amigos, amigos, tampoco tuve. De chiquillo si, ahí andaba jugando con un muchacho que se llamaba Javier Ortiz. Para un lado y para el otro, ahí andábamos. Pero un día agarró sus cosas y se fue para el norte. Ya nunca supe más de él. Además ya estaba mi viejita, ni tiempo tuve de extrañar al buen Javier. Ah qué chula se veía. Sus faldones de flores bordadas, su cabello largo y trenzado. Me traía loco la condenada. Le hablé de amor en versos y canciones, a mi manera pues, y después de batallarle un rato, me miró y me dijo, ¡ándale pues! Y ya, nos casamos, con la bendición de sus papás, que luego se fueron para Oaxaca. Nosotros no, nos quedamos acá en nuestra casita, nos iba bien. Luego se murieron y ahí se acabó la familia. Mi papá nunca lo conocí y mi mamá murió de una embolia. Me crió solita la pobre y cómo le batalló conmigo. Me enfermaba mucho, para allá y para acá me traía siempre. Ya luego me repuse, bien trabajador siempre. Y ahora ya de viejo pos uno se da cuenta que la vida se acaba. No me da tristeza, al contrario. Allá anda mi viejita ya, esperándome con unos frijolitos enchilados bien calientitos. Yo aquí ya no tengo nada que andar haciendo. Ya me toca. Nomás les dejo esta nota, para que no piensen que fue maldad de nadie. Yo solito me quedé aquí, ya nomás esperando pues. Ay nomás le encargo a quien llegue que riegue mis plantitas, que no se mueran las pobrecitas, y hay que hablarles de vez en cuando pa que florezcan bonito. Que sepa usted que viví bien. Allá nos vemos cuando le toque. Ámonos ya flaca, ya se acabó. 

Don Eulogio Martínez 

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