Espejismo

Te regalo el perdón. Porque no es sano vivir con rencores en el alma. Pesan y llenan de huecos difíciles de sellar. Te regalo el perdón porque no lo quiero. No quiero quedármelo esperando que lo pidas. El orgullo y la sobervia son errores que se pagan con una soledad disfrasada. Y no es que la desee para ti. Pero me doy cuenta por la sombra que cargas, la estatua, firme, alta y fría que te esmeras en construir, que la vida camina a tu costado. Te pasa y ni cuenta te das. 

Una carcajada, una frase oculta entre burlas puede hacerte sentir triunfante, que algo ganaste, que tu ego crece a montañas que rozan el cielo de los inmortales. Ríete, fuerte, mucho más, que te escuche el eco de las mentiras que te creas. Al final del día, eso es con lo que cuentas. Pocos lo saben, porque pocos te han visto con detenimiento. Esa pequeña grieta que revela un doble nivel en tu discurso. Aquel que todos admiran y escuchan, y el otro, el que conservas en las sombras, el que esconde la realidad de lo que eres. Qué miedo y qué asco que necesites de esa corteza. Pobre de ti, tener que vivir contigo debe ser terrible. 

El perdón no debería ser para mi, debería ser tuyo. Porque herir a alguien es una cuestión superficial. Las heridas sanan con el tiempo, se crean cicatrices y experiencias para no caer en el mismo error. Pero qué mente tan retorcida debes tener para creer que estás en lo correcto. A veces uno debe entender que los actos de los demás son una ventana de lo que traen por dentro. Hay que dejar ir, y no a la persona. Hay que dejar ir la razón, no está en nosotros comprenderlos. Sólo me queda decirte gracias por hacerme una mejor persona, y no por ti, por mi. Gracias.  


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