Sentimientos encontrados

    Fabricio se encontraba escribiendo en la mesita de la esquina de su café favorito. Algo en el ambiente de ese lugar lo hacía sentir mas relajado, el ruido de las conversaciones ajenas, a las que ocasionalmente entraba, el caminar de las meseras con sus trajes típicos mexicanos. El café no era particularmente bueno, pero el servicio incluía líquido infinito, perfecto para amantes de la cafeína y los versos. 

   Era una tarde un tanto fría. Las nubes creaban un filtro grisáceo. El color de la naturaleza resaltaba en sus distintas tonalidades verdosas. Algunas gotas inofensivas refrescaban a los transeúntes que se negaban a admitir la humedad de la lluvia, así que resistían a paso firme ahí, mojándose de a poco. Fabricio traía sus audífonos puestos. Un playlist especial para la novela que estaba escribiendo. Algo lo hacía pensar que si mantenía el mismo artista durante todo el proceso, la obra mantendría un matiz más uniforme, más coherente. Los dedos golpeteaban el teclado de su Mac y ahí entre los pensamientos y su imaginación, la mirada perdida, descifrando escenas intensas, los ojos se volvieron hacia el pasillo, soltó un suspiro y terminó de escribir el capítulo. Sentía un calambre en los dedos, había escrito sin parar por lo menos un par de horas. Tenía tanto que decir, que no podía permitirse dejarlo pasar. Fabricio era del tipo de escritor que se sumerge en la historia y la vive como un espectador. La escribe mientras todos sus sentidos se agudizan para presenciar el drama de los personajes. Muertes, besos, traiciones, todo lo veía desde un rincón, los personajes pasan junto a él, se tocan, se golpean, Fabricio se hace a un lado, para no interferir, la escena lo lleva lejos para continuar con la historia. No sabe dónde va a terminar hasta que él mismo se sorprende cuando llega al final de un capítulo. 

   Su mirada se quedó ahí, en el pasillo intentando procesar la información que acaba de vivir. Las emociones de su historia lo llevaron a un lugar que no conocía. La profundidad del tema lo dejó extasiado. No había nada mejor en un escritor, y en una persona en general, que romper sus propios límites y redescubrirse. Sonrió y bebió un sorbo de su café. El líquido espeso por la crema y el azúcar estaba frío. La sensación no fue muy agradable. La taza en su lugar hizo un tintineo. Fabricio volteó para llamar a la mesera y pedirle su "refill". 

   La buscó entre la barra y ahí entre el pilar y la puerta para salir a la terraza apareció una mujer que le robo la mirada, un segundo le sostuvo la mirada y continuó su camino hasta una mesa sola. Dejó su bolso, que parecía más un maletin, su chamarra color verde militar, la dejó colgando en la silla, se sentó un poco fastidiada, por el clima, por cansancio, o por la vida en general. Se acomodó la bufanda, se colocó un mechón de cabello que cubría su cara detrás de la oreja. Volteó unos instantes al sentir la mirada de Fabricio, de prisa buscó algo en su maleta, para evitar el contacto seguramente y para reducir la tensión entre ambos. 

   Fabricio al ver que la mujer se sintió acosada dejó de verla. No creyó haber sido grosero ni mucho menos, es solo que tenía algo que le llamó la atención. Fabricio tenía un don especial para encontrar personas extrañas, podía decirse que tenía una especie de imán. El estilo desaliñado, y a la ves sofisticado de la mujer le pareció perfecto para un personaje de sus libros. Casi podía leer la introducción. Describiría sus pecas rojizas, sus labios pintados de color rosado, su cabello rizado y sus ojos verdes. 

   Justo en ese momento se acercó la mesera y le preguntó si quería un poco más de café. Fabricio le pidió amablemente que le cambiara de taza. La mesera y Fabricio tenían tiempo de conocerse, aunque poco sabían uno del otro, ambos llenaban sus historias con posibilidades. Ella podría ser madre soltera, con un hijo esperando en casa, una madre gritona que la obligó a dejar de estudiar al quedar embarazada de un muchacho, que jamás estuvo. Él era un chico coqueto, solitario y serio, un profesor probablemente, siempre vestido formal, con camisas y corbatas. Su computadora, su café, escribía por horas y horas, tal vez podría estar trabajando en una tesis. 

  El resto de la noche se llenó de cafeína teñida con dos cubitos de leche y dos cucharadas de azúcar cada veinte o treinta minutos. Nada bueno salió. Palabras se escribían, pero Fabricio no consiguió meterse del todo en la historia. Exhausto de intentarlo por fin se decidió a dejarlo por la paz. Guardó los cambios. Cerró las ventanas abiertas, se quitó sus audífonos y estiró sus largos brazos hasta quedar satisfecho. Una risa fuerte lo hizo voltear. La chica reía y reía golpeando la mesa. Frente a ella había un hombre. No se veía más que la parte trasera de su abrigo negro. El hombre era joven, tenía la espalda ancha y el torso pequeño, no se puede saber mucho de un hombre sólo con su espalda, pero por su figura parecía deportista. El hombre se acercó a la chica y tomó su mano, ella quedó sorprendida, algo importante debió decirle por la expresión en su rostro. Él se paró de su silla, le besó la frente y caminó hacia el baño. 

   Ella se quedó con la boca abierta. Sus ojos buscaron algo a qué sujetarse para volver al mundo. Y, nuevamente se cruzaron las miradas. Esta vez la chica se mantuvo firme. Fabricio y ella se vieron por unos instantes, ella le sonrió en tono de complicidad, un tanto coqueta. Fabricio, sin entender del todo lo que estaba sucediendo, pero de igual forma que escribe sus historias, dejó que su personaje le siguiera el juego. 

   Entonces el caballero volvió. Pudo verle la cara, éste lo reconoció y sin dudarlo caminó en dirección a Fabricio. Era tarde para voltearse, para ocultar su sorpresa. Se paró para recibir el abrazo.

–¡Fabricio! Hermano ¿Cómo estás? ¡Qué sorpresa en encontrarte aquí!– Dijo extendiendo los brazos. 

  Fabricio lo abrazó de vuelta, compartieron palmadas y nuevamente se enfrentaron a la sorpresa. El hombre era un tipo alto y fornido, delgado. Vestía bastante más elegante que Fabricio. Fueron grandes amigos en la universidad. 

–Arturo, qué tal. Todo bien, ¿Qué tal tu?– Dijo Fabricio intentando neutralizar su desagrado. 

–Yo me encuentro de maravilla hermano, acabo de recibir la noticia hace unas horas me voy a vivir a España, se retiró el editor en jefe y me han nombrado a mi como sucesor. No tienes idea el gusto que me da verte justo hoy. Y mira, esa chica que está ahí, es más, ven, quiero presentártela. –dijo caminando hacia la mesa de la chica, ella había desviado la mirada, estaba atenta a la pantalla de su celular cuando Arturo se acercó para tomarla de la mano– Ella es Inés, es mi novia.

  Las miradas de Inés y Fabricio se encontraron, incómodas. Fabricio iba a acercarse para besarla en la mejilla, pero ella se levantó y extendió la mano para terminar con un simple y seco apretón de manos. 

–Mucho gusto– dijo ella. 

  Arturo la tomó de la cintura y continuó– Fabricio y yo fuimos compañeros en la universidad, es un gran amigo, tenía mucho tiempo sin verlo. ¿Sigues escribiendo? Por ahí escuché que tenías una columna en el periódico, ¿Como se llamaba? 

–El Espectador, y no, ya no estoy escribiendo para él. Tuvieron un recorte de personal a finales del año pasado. Ahora estoy de novelista. Probando suerte, a ver qué tal me va. 

–Muy bien seguramente, Inés, Fabricio siempre sacaba las mejores calificaciones en todos los ensayos, los maestros lo adoraban. No me gusta mucho leer, pero lo poco que leí tuyo era muy bueno. Deberíamos ir a cenar un día de estos, antes de irme. ¿Tienes pareja? ¿Estás saliendo con alguien?

–Si, tengo novia– respondió Fabricio, casi sin pensarlo. La mentira sonó casi tan convincente incluso para él mismo– puedo comentarle, seguro no tendrá problema. Cuando gustes. 

–¡Excelente! Me da mucho gusto por ti, te ves muy bien– continuó Arturo– pásame tu número y nos ponemos de acuerdo. –Arturo sacó su celular y cliqueó un botón sin obtener respuesta del aparato– Demonios, parece que me quedé sin batería. Amor– dirigiéndose a Inés– ¿Puedes apuntar su teléfono? Estuve llamando todo el día y parece que la batería es de juguete, no dura nada. 

Inés tomó de la mesa su celular y la dirigió una mirada a Fabricio. 

–¿Tu número?– dijo finalmente ella.

–Si, disculpa, es 405-611-990-335– respondió Fabricio. 

Inés escribió en su celular el número– ¿Fabricio qué?– preguntó. 

–Ponle Fabricio amigo de Arturo– respondió Arturo antes de que Fabricio pudiera decir nada. – Luego no vas a saber ni quién es. Bueno, no te entretengo más, yo te llamo en la semana. Salúdame mucho a tu chica ¿Si? Qué gusto me dio verte, muchas buenas noticias el día de hoy. Cuídate mucho hermano. 

  Fabricio y Arturo se estrecharon la mano con un fuerte apretón, a continuación se dieron un abrazo con palmadas en la espalda. Fabricio inclinó un poco la cabeza hacia Inés en señal de despedida, ella sonrió para responder el gesto y levantó ligeramente la mano con el celular. 

  Fabricio se dio media vuelta y se sentó en su mesa. Tocó el touchpad de su Mac para deshabitar el protector de pantalla. Miró por unos segundos la imagen de su fondo de pantalla. Había una leyenda que decía, Todos somos historias al final, haz de la tuya una excelente. Sonrió, soltó un suspiro que terminó en una risa. Fabricio decidió en ese momento que Inés sería su mujer. 



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