El Museo y su Obra de Arte

El amor surge de momentos tan contrarios como absurdos, de eso no cabe la menor duda. 
Es de tontos pensar que una hoja de árbol tiene que enamorarse de su rama, un pájaro de su nido o una nube de los cielos. Lo cierto es que aquello que añoramos no es lo mismo que aquello que aprendemos a amar. El amor se aprende en el tiempo, se conjuga y se transforma con emociones y con distintos matices de colores. 

Los colores son precisamente aquello que me hizo enamorarme de ella. Preciosa y reluciente obra de arte, ni más ni menos que la existencia de amor mismo materializado en trazos y formas. Cada uno de sus detalles imperfectos componen una posibilidad impresionante de interpretaciones. Por este amor cerca estuve de perder la cordura, de volcarme sobre el mundo y perderme junto con ella. Y cómo no iba a morirme de celos, al ver que tantos ojos y tantos cuerpos se acercaban a ella como si tuvieran el derecho a admirarla, a verla desde ángulos que a mi no me son permitidos. Nadie, sin importar qué tan cerca esté de ella, podrá conocerla como yo. En la distancia la protejo, la observo y la descifro, más no la comprendo porque esa no es labor de nadie, es ella y es lo único que a cualquiera debe importarle. 

Aquel marco que delimitaba su silueta, la abrazaba y la mantenía cuerda. Los reflectores de vez en cuando jugaban con los destellos de pintura que parecían brotar lentamente de su interior, y por las noches, a oscuras y en silencio, sus colores brillaban con otro tipo de luz, sus colores eran libres de viajar en tonalidades infinitas, los verdes descansaban de ser verdes y se componían de azules, blancos, rojos y morados. Y así ella se reinventaba, se modificaba y se permitía salir de sus bordes. El marco, estoy seguro, no pudo contenerla más y su espíritu viajó lejos, dónde nadie ni nada pudiera verla, ni siquiera yo. 

Otro día llevaba, con sus luces, sus pasos, sus miradas y sus voces. Siendo descifrada nuevamente, reconstruida por las curvas y sus significados. A pesar de todo, lo único que pueden hacer es contemplarla y adjuntarle toda clase de atributos de estética, de color, de concepto, de sentido. Pero sólo ella supo en el fondo quién era y para quién. Ojalá hubiera sido para mi. 


Su misterio es tal, que su belleza y su armonía la arrancaron de mi, se la llevaron lejos. Seguramente será admirada por otras bocas, por otros pasos impacientes de verla, será de otros y será de sí misma. La extraño con todo lo que soy, por todo lo que fui cuando ella estuvo en mi. No puedo protegerla desde aquí, no puedo asegurarme de que nadie la descifre, que nadie le diga quién es. No puedo dejarla ir, porque ella nunca estuvo aquí. Lo que amé de ella, no se lo puede llevar nadie. Donde quiera que esté, me ha llevado con ella en su viaje. Por las noches ella viaja, sale a los mundos y a sus sueños, libre como ella sola. Y justo ahí, entre las sombras de mi imaginación, y la luz de su recuerdo, somos libres juntos. 

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