Rutina
Abro una de las puertas y me encuentro una caja de cereal. La caja no tiene nada particular, pero sentí como si un bloque de concreto me cayera encima al verla. Tenía mucho tiempo sin abrir esa puerta específicamente y como una avalancha, un golpe de sentimientos, de pensamientos, cayeron sobre mi. Teníamos 3 semanas de habernos separado definitivamente. Ella no estaba segura de lo que quería, y quizá yo tampoco, pero un día amanecí con el sentimiento de no ser suficiente, o simplemente, quise más. La confronté, me parece que más que un diálogo fue una confesión, fue una renuncia a la química, a los besos, a las cenas, a los abrazos en la cama y a las duchas juntos. Una parte de mi esperaba que ella me detuviera, que me dijera cualquier cosa que me diera indicios de que ella también sentía algo fuerte por mi, pero la otra parte, la más grande, la que suele tener la razón. Sabía que habría un silencio incómodo, que las palabras, las que fuesen, no iban a salir, ni para aliviar, ni para matar. Tendría que tomar el silencio como una respuesta, y tomar los pequeños pedazos de mi corazón e irme como si el dolor no existiese, como si las ganas de correr y besarla, y abrazarla y amarla no me estuvieran quemando el pecho. Su cara fría, sus manos inmóviles, su actitud casi incómoda me hizo sentir el idiota más grande del planeta.
Una vez más juego a querer adivinar cuáles fueron sus intensiones, qué estaba pensando, qué quería de mi, pero recuerdo que tengo testículos, que no me corresponde pensar en esas tonterías y bueno, no hay más que hacer. Le pido que tome sus cosas de mi departamento, y que dejémos de vernos un tiempo, quizá para siempre, quizá hasta que la electricidad en el aire se disperse. Ella dice que está bien. Cómo chingados va a estar bien, pero en fin, está bien. Le digo que voy a dejarle las llaves en la caseta de la entrada, como si eso fuera necesario, para darle un toque dramático, y quizá apelar a su sentido común. Irónicamente, ella responde que está bien. Ahora no puedo ni verla cuando tomará los pedazos de ella en mi vida, no puedo despedirme, no puedo decirle frases sarcásticas para hacerla reír y que se sienta como nosotros una vez más. Ella no para de ver el celular y de responder micro mensajes. Mensajes como los que me manda a mi todo el tiempo. Mensajes que voy a extrañar. Me pregunto, y en verdad me atormenta, quién era tan importante para robarme esos minutos que para mi, se estaban llevando mi cordura. La sola duda me dio náuseas, sentí celos y sentí asco de mi mismo. Ella mira la pantalla de su celular y me dice que su Uber está a un minuto de distancia. Se pone de pie y se despide de mi. Eso merezco, un minuto de una despedida absurda, insípida, incolora, sin una pizca de sentimiento. Me pregunto en ese minuto si entonces fui yo el que generó historias, si la idealicé de alguna forma, si malinterpreté las cosas. Ella me besa en la mejilla, se cuelga de mi cuello brevemente y me da un abrazo. Vuelve a mirar su celular y veo que el auto ya llegó por ella. Toma su bolsa y sale, cierra la puerta y yo me quedo ahí viendo la puerta, justo así, como estoy mirando esa maldita caja de cereal de mierda.
Una vez más juego a querer adivinar cuáles fueron sus intensiones, qué estaba pensando, qué quería de mi, pero recuerdo que tengo testículos, que no me corresponde pensar en esas tonterías y bueno, no hay más que hacer. Le pido que tome sus cosas de mi departamento, y que dejémos de vernos un tiempo, quizá para siempre, quizá hasta que la electricidad en el aire se disperse. Ella dice que está bien. Cómo chingados va a estar bien, pero en fin, está bien. Le digo que voy a dejarle las llaves en la caseta de la entrada, como si eso fuera necesario, para darle un toque dramático, y quizá apelar a su sentido común. Irónicamente, ella responde que está bien. Ahora no puedo ni verla cuando tomará los pedazos de ella en mi vida, no puedo despedirme, no puedo decirle frases sarcásticas para hacerla reír y que se sienta como nosotros una vez más. Ella no para de ver el celular y de responder micro mensajes. Mensajes como los que me manda a mi todo el tiempo. Mensajes que voy a extrañar. Me pregunto, y en verdad me atormenta, quién era tan importante para robarme esos minutos que para mi, se estaban llevando mi cordura. La sola duda me dio náuseas, sentí celos y sentí asco de mi mismo. Ella mira la pantalla de su celular y me dice que su Uber está a un minuto de distancia. Se pone de pie y se despide de mi. Eso merezco, un minuto de una despedida absurda, insípida, incolora, sin una pizca de sentimiento. Me pregunto en ese minuto si entonces fui yo el que generó historias, si la idealicé de alguna forma, si malinterpreté las cosas. Ella me besa en la mejilla, se cuelga de mi cuello brevemente y me da un abrazo. Vuelve a mirar su celular y veo que el auto ya llegó por ella. Toma su bolsa y sale, cierra la puerta y yo me quedo ahí viendo la puerta, justo así, como estoy mirando esa maldita caja de cereal de mierda.
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