Sólo hazlo.


–¡Buenas noches!– Escucha Jessica a su espalda. Es Juanita, la señora que se queda en su casa y que le ayuda con las tareas de la casa, a cuidar a sus niños y a hacer de comer.  

–Buenas noches Juanita, no se te olvide sacar el pollo del congelador. –Jessica se quita la cinta elástica de la mano y se hace una coleta alta. Su cabello rubio amarrado es tan largo que casi le llega a media espalda. Viste una blusa sin mangas color salmón, un brasiere deportivo que alcanza a verse un poco, unas libras negras que resaltan los años de ejercicio y dieta. Jessica toma un sujetador para su celular y se lo pone en el brazo. Los audífonos se los mete con cuidado en los oídos y la canción Arlandria de Foo Fighters suena. Baja las escaleras, abre la puerta de la entrada y en el segundo que la puerta se cierra comienza a trotar. 

  Es de noche ya, son las nueve cuarenta de la noche, es una noche fresca, las hojas de los arboles se mueven por el viento, las luces se reflejan en los charcos que no se han secado de la lluvia de la tarde. El viento frío entrando por los pulmones es de las cosas que más le producen placer a Jessica, o de las pocas, de las únicas. Sus tenis golpean una y otra vez, Jessica se siente poderosa, se siente dueña de su cuerpo, de su ritmo. Algunas miradas la siguen cuando pasan junto a ella en vehículos, Jessica sonríe y se siente atractiva, aún después de tener a sus dos niños, de siete y de cuatro. Sus uñas perfectamente arregladas, su piel depilada y llena de productos carísimos. Jessica tiene un negocio de flores, tiene apenas 4 meses, pero las cosas le van bien, su grupo de amigas le está ayudando a conseguir clientas entre sus conocidas y no podría estar más feliz de demostrarle a su marido que además de madre ejemplar, de ama de casa, hija, hermana, amiga, ahora también es empresaria. 

  Jessica debe detenerse para que un vehículo salga de una cochera, sigue brincando sobre el mismo espacio para no perder el ritmo. El coche sale de la banqueta y Jessica sigue adelante. El último tramo antes de volver es una calle menos iluminada, hay una iglesia, pero ya está todo cerrado. Junto a ella para una persona en bicicleta. La persona en bicicleta voltea a verla después de adelantarse unos doscientos metros. Baja la velocidad y mira hacia los lados. Jessica ha escuchado cientos de historias de asaltos, inmediatamente se pone en alerta pero sigue corriendo. La persona en la bicicleta se cruza la calle y se dirige a ella. Jessica pone su cara más seria y aprieta el paso, está por llegar a una zona con semáforo donde hay unas personas. La persona en la bici es un hombre de unos cuarenta años, es blanco de cabello rubio, parece tener un problema en la piel, unas manchas rosadas y blancas le cubren las manos y parte de los brazos. El hombre pasa junto a Jessica y deja una estela de olor a alcohol. Jessica intenta mirar sobre el hombro, baja el volumen de su música y de repente la música se detiene de súbito. El hombre jaló el celular desde el cable de los audífonos. Jessica sintió un tirón fuerte en su brazo y el celular cae al piso, en ese momento se rompe la pantalla. El hombre corre hacia el celular, lo recoge y se dispone a subirse a toda velocidad a la bici. El hombre se sube a la bici, coloca el pedal derecho arriba para salir a toda carrera. La bici cae de costado, el hombre junto con ella. A un metro se encuentra Jessica con la mano aún extendida. Le había lanzado una piedra del tamaño de un ladrillo. Jessica iba todos los días a clases de Crossfit, el peso de la piedra no le significó ningún problema, y fue ala mucho tiempo en el equipo de basquetbol de la universidad, por lo que la piedra golpeó en la nuca del hombre con una fuerza sorprendente. 

  Jessica se acerca al hombre para ver si se movía, el hombre tenía una mancha considerable de sangre en la nuca, la camiseta azul claro se empieza a pintar de rojo. Jessica voltea a los costados, no hay nadie en la calle. Se agacha, registra el bolsillo del hombre y saca el celular. Toma aliento, y emprende carrera. En dos, diez o cuarenta minutos, Jessica entra a su casa. No se detiene a apagar la luz de la cocina, a recoger los platos que se quedaron sobre la barra, sube las escaleras, pasa frente a las habitaciones de Andrés y Santi, entra a su habitación intentando no hacer ruido, su marido está dormido con la tele prendida, el canal deportivo como siempre. Jessica va directamente al baño, abre la puerta corrediza del baño, abre la llave caliente hasta el tope. En unos instantes el agua sale junto con una cortina de humo, Jessica se mete a la regadera sin quitarse los tenis, ni los pantalones, con el celular aún en la mano. Su rostro es inexpresivo, está en estado de shock. La pantalla rota del celular permite que entre el agua, empieza a parpadear sin mostrar ninguna imagen, únicamente una luz blanca de fondo. 

  Se prende la luz del baño. Entra Javier y ve a su mujer parada en la regadera con la ropa deportiva puesta, y algo en la mano. Está preocupado. Abre la puerta de la regadera y toca a Jessica en el hombro. Jéssica brinca y se gira por inercia, golpea con todas sus fuerzas con lo que tiene en la mano. Javier cae en seco en el piso del baño, tiene pedazos de vidrio incrustados en la mejilla. Los ojos de Jessica se abren como pelotas de golf. Le toma unos segundos reaccionar. El cuello de Javier está en una posición anormal, uno de sus brazos está debajo de su pecho, el otro está en su espalda, sus ojos están abiertos y no se cierran. Un grito agudo sale desde las entrañas de Jessica, se lleva las manos a la boca mientras ve el cuerpo de su marido, sin vida, tendido en el suelo del baño. 

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