El fantasma (2)



2




    Victoria caminaba bajo la lluvia como si no existiera ningún peligro. Ella sonreía y bailaba al ritmo de sus pensamientos. Tarareaba de cuando en cuando. Levantaba la cara para sentir las gotas golpeando su frente. En la calle había poco movimiento, uno que otro taxi pasaba junto a ella y le pitaba para ofrecerle sus servicios. Algunos de ellos insistían unos segundos y se marcaban con al no ver respuesta. Ella no prestaba demasiada atención a lo que la rodeaba. Los charcos grandes se convirtieron en el blanco, le gustaba ver el oleaje que se formaba bajo sus pies. Mientras la lluvia estaba en su punto más denso, ella disfrutaba de la corriente que la empujaba calle abajo.
   
     Marcus la vio caminando por la calle cuando él entraba a la farmacia y pensó que era una loca que quería morir de catarro. No le prestó mucha atención y se dirigió hacia el área de lácteos. Tomó un litro de leche y en la caja pidió unos cigarros. Bromeó sobre el clima con la cajera, haciendo tiempo para aventurarse a la carrera. Se paró unos segundos en la entrada para planear dónde pondría sus pies para mojarse lo menos posible. Según sus cálculos tendría que sacrificar uno de sus pies ya que el nivel del agua había subido bastante y una parte del camino tenía un gran encharcamiento. Decidió que sería el izquierdo. Seis zancadas exactas lo llevaron a su auto. Dentro del auto se sacudió lo más que pudo y lamentó no haberse esperado unos minutos a que bajara la lluvia. Sacó la cajetilla y colocó la bolsa con la leche en el asiento trasero. Prendió un cigarro para entrar en calor. En cuanto se terminó el cigarro, encendió el auto y emprendió el camino de regreso a su casa.

    Unas cuadras más adelante, estaba la chica caminando. Con su aventura y el cigarro Marcus la había olvidado. Tenía una mochila en su espalda. El cabello pegado a su cara, la ropa empapada y seguramente no tenía ni un centímetro seco en todo el cuerpo. Poco más adelante había un cruce de una avenida. El semáforo se puso en rojo y Marcus se detuvo. La curiosidad y sus ojos siguieron la silueta de la chica en el retrovisor, quien parecía no tener problemas en mojarse. Sus pasos eran tan inocentes pero tan firmes que le costaba adivinar la edad de la muchacha. Estaba a unos metros atrás cuando la luz verde se encendió. Marcus se quedó paralizado. No sabía si quería cargar en su conciencia con la muerte de aquella niña. Mientras peleaba con su conciencia vio que la chica por fin caminaba a la altura de su auto, volteó a verlo y como si pudiera leerle la mente le sonrió. Una sonrisa que le pedía calma y cordura. Todo está bien, decía aquella sonrisa. La siguiente bocanada de aire que entró en Marcus fue decisiva, el oxigeno le entró a los pulmones y se canalizó por todo su cuerpo. En ese preciso instante Marcus se dio cuenta que toda su vida estuvo esperando por ella sin saberlo, todo lo que había sufrido y disfrutado en su vida lo llevaron a esa esquina en particular, ese día y a esa hora.
    La chica estaba parada a un costado de Marcus, en la esquina de la avenida, volteaba hacia un lado de la calle inclinaba la cabeza y luego se giraba para ver el otro lado. Parecía no decidirse por qué camino tomar. No era que no supiera a donde quería llegar, porque seguramente no lo sabía, pero el camino era muy importante, lo era todo. Marcus no sabía absolutamente nada de ella. Sin embargo algo en su interior le decía que la conocía de años, de toda la vida, que no había más que quisiera saber. En un arranque de adrenalina tomó fuerzas y salió del coche. Expuesto nuevamente a la lluvia.
      --¿Estás perdida? -- Preguntó Marcus. Intentó sonar lo más confiable posible, seguramente ella esperaba insinuaciones de cualquier tipo y no quería asustarla.
     La chica volteó a verlo con curiosidad y soltó una carcajada.
     --Define perdida.
      --Bueno, una persona se considera perdida cuando no sabe a dónde va.
      --Entonces ciertamente estoy perdida, bastante perdida de hecho. Lo he estado toda mi vida y tal vez has venido a mi vida para encontrarme.
     Esas palabras tomaron a Marcus por sorpresa. Sabía que aquellas palabras tenían significados más grandes que los literales. Indirectas o insinuaciones, tal vez solo estaba jugando, pero en sus palabras había un juego bastante atractivo. La lluvia ahora los tenía a ambos bajo la luz de una lámpara municipal. El escenario perfecto para no entender absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. El momento exacto para dejar de buscar respuestas y comenzar a contestarlas. La noche podía durar minutos, horas. La humedad en sus zapatos podría matarlo, pero Marcus no pensaba irse a ninguna parte.
   --¿De dónde vienes? ¿Te escapaste de alguna parte? ¿Alguien te hizo daño?
   --Muy ambicioso, ¿No te parece que son demasiadas preguntas para nuestra primera cita? Tal vez deberíamos empezar por tu nombre. Así si me preguntan quién me robó podré darles por lo menos algún dato para encontrarte.
   --No pienso robarte, no era mi intensión meterme en tus asuntos, lo siento mucho. Soy Marcus.
   --Si no has venido a robarme Marcus, ¿Qué estás haciendo aquí?
   --Te vi caminando en la madrugada, empapada, sola. Y luego vi que te paraste en la esquina sin saber hacia dónde ir. Creí que necesitabas ayuda.
   --Déjame entender. Me viste caminando un par de cuadras, mojándome y corriendo riesgos de que alguien pudiera secuestrarme, y justo cuando me paro en esta esquina sin saber hacia dónde caminar te decides en ofrecerme ayuda. ¿No te parece curioso?- Se quedó unos segundos viendo sus zapatos mojados, se apoyaba en sus puntas y talones como una mecedora.- ¿Y qué vamos a hacer ahora Marcus? ¿Qué quieres hacer?
     --­Bueno, primero me gustaría ponerte a salvo, ésta zona es tranquila, pero hay locos en todas partes. Debes estar a punto de una neumonía, tienes que bañarte y ponerte ropa seca. Déjame llevarte a tu casa, o a casa de alguna amiga tuya.
      La muchacha se acercó a Marcus, era por lo menos una cabeza más baja que él. Se paró de puntas frente a él y le dijo.
--Estoy en casa, Marcus. Si te refieres a la casa de mis padres, y quieres llevarme ahí, tendrías que amarrarme y mantenerme así. Ellos no me entienden, no saben quién soy y lo más seguro es que ni les importe. No quiero volver a mi casa. Y mis amigas, bueno creo que cualquiera de ellas llamaría a mis padres diciéndoles dónde estoy. Entonces, no gracias. Estoy bien sola.--
      Se dio media vuelta y se alejó de Marcus, decidida a irse.
--Espera, no te vayas sola, es muy peligroso que camines tu sola por ahí.
--Entonces camina conmigo-- Le gritó ella, sin detenerse. Sostenía las correas de su mochila medio llena, -o medio vacía-, mientras se alejaba bailoteando.
     Marcus estaba anonadado. Toda su noche había sido un remolino de sucesos extraños. Su vida había cambiado por aquella chica. Alguno de sus sentidos, o todos ellos le decían que tenía que correr hacia ella. Mantenerla a salvo de todo. Cuidarla y acompañarla a dónde quiera que ella quisiera ir.
      Marcus estacionó su auto y corrió para alcanzarla. Caminaron por horas, recorrieron calles, parques, estacionamientos. Hablaban sobre todo y nada. Algo en la voz de ella le parecía excitante, todo su cuerpo le provocaban ganas de comerla a besos, pero al mismo tiempo sentía que tenía que cuidarla, que era tan sensible y tan pequeña. No era una niña, ciertamente tenía una conversación mucho más madura para su edad. A pesar de sus arranques de aventurera y rebelde, parecía una persona muy centrada y con convicciones fuertes. Con deseos de cambiar el mundo. De formar una sociedad integra y feliz. Ella quería luchar, tenía alma de guerrera. No estaba seguro de contra quién tenía que pelar, pero quería estar junto a ella. Marcus quedó completamente enamorado esa noche.
      En la mañana, con la ropa aún mojada, caminaron de regreso al auto de Marcus. Horas de conversación les dio la confianza suficiente para subirse juntos. Marcus ya en el auto le preguntó.
  --Bueno, después de todo, no me has dicho tu nombre. No soy un ladrón creo que ya lo viste. Puedes confiar en mí.
  --Si Marcus, creo que puedo confiar en ti --hizo una pausa-- por ahora.
      Ambos rieron como locos, por el comentario, por la casualidad, por la situación, por la química y por otras mil cosas.
   --Soy la que siempre gana. La que duele a veces, la que trae lágrimas de felicidad, y de tristeza. La que tiene siempre una dualidad. La que siempre tiene un lado positivo y uno negativo. La que te gusta, la que añoras pero a veces temes, porque cuando la tienes y la pierdes es extremadamente doloroso. La que toda tu vida amarás, sin importar cuánto quieras negarlo. Soy lo que muchos necesitan, pero pocos lo reconocen. Soy quien necesita constancia para permanecer ahí. Soy celosa y puedo irme si me descuidan.
  --No entiendo.
  --Soy Victoria. Quiero decir, me llamo Victoria. Pero puedes decirme Vicky.

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