El fantasma
1
Los ojos de Marcus apuntaban hacia la ventana,
pero la mirada se encontraba en algún punto inexistente. Las luces de los
edificios continuos pintaban un escenario espectacular, la imagen completa le
resultaba conmovedora. No buscaba nada en particular, simplemente disfrutaba
del momento, del final de temporada que ocurre cada año al inicio de las
vacaciones de verano. Días que sólo significaban el doble de turistas, por lo
tanto el doble de trabajo. Le gustaba pensar que la vida se vivía en capítulos,
en temporadas, y era justamente en los finales cuando sucedían los cambios más
importantes. Nuevos personajes, situaciones difíciles y besos dramáticos. No
era particularmente fanático de los dramas, pero su vida por una u otra
razón incluía su dosis permanente.
Metió la mano ligeramente al pantalón para
cerciorarse de que su celular estuviera en el bolsillo correcto, las llaves y
la cartera. Todo en su lugar, ningún motivo de distracción que ayudara a calmar
la ansiedad por la tardanza de su compañera. Los pensamientos se hacían
presentes, pero eran inmediatamente silenciados. Accidente ó peligro, pensamientos
que le hacían sentir incómodo, pero en especial aquellos que incluían tiempo
extra en el trabajo eran los que lo volvían loco, loco de celos, fiebre de
posibilidades infinitas de risas y largas platicas. A pesar de lograr mantener
en el nivel más bajo de conciencia estos pensamientos, los minutos seguían
pasando y Victoria no aparecía.
Las piernas resintieron la espera y les concedió
un merecido descanso. Dejó caer todo su peso sobre la cama. Las lámparas de
mesa estaban prendidas, de manera que las sombras predominaban en el techo.
Permaneció en esa posición mientras intentaba aprovechar el tiempo pensando en
soluciones para problemas del trabajo. Pero la mente le daba vueltas a las
mismas imágenes, intentó forzarse a plantear cambios, pero lo único que podía
pensar era para variar. Ella.
Por vigésima vez verificó la pantalla de su
celular, que nuevamente se mostraba sin novedades. No hay llamadas perdidas, no
hay mensajes y la foto de fondo resultaba menos placentera. Estaba impaciente,
intentó contener su molestia y disolverla con posibles justificaciones del
retraso. La conversación en su mente se empezó a formar. Ésta iniciaba con un
saludo con descarga sarcástica y pesada por parte de él, seguida de pretextos
que serían inmediatamente silenciados. Ella intentaría por todos los medios zafarse
de la culpa, pasarían horas discutiendo quién tiene la razón, después de un
tiempo perderán la noción de cuál era el motivo del pleito. Era una escena
completamente predecible. Marcus sólo quería llegar a tiempo a su reservación,
quería darle una sorpresa. Quería que la noche fuera especial.
La puerta de la entrada suena, unos tacones
rompen en silencio, segundos después aparece Victoria, completamente mojada,
con el maquillaje corrido y un gesto de tristeza. Marcus intentó recordar el
saludo sarcástico, y mientras lo hacía, corría hacia ella y la tomaba entre sus
brazos. Se inclinó y la levantó para llevarla en brazos. Se dirigió al baño sin
decir una sola palabra. Con la parte posterior de la muñeca oprimió el switch
para encender la luz de la bañera. Bajó la tapa del retrete con el pie y la
sentó ahí. Abre la corriente del agua y
se dirige al armario, toma un par de toallas y las coloca sobre el cristal de
la bañera que empezaba a empañarse con el vapor del agua hirviendo. Camina
hacia Victoria, la carga nuevamente y la baja dentro de la regadera, mojándose
los zapatos y las mangas de la camisa. Se da media vuelta y sale del baño. Cierra
la puerta.
Marcus escuchaba el agua correr, y podía
descifrar los movimientos de Victoria con el sonido rítmico de los chorros de
agua golpeando el azulejo. Todo lo que
tenía planeado había quedado completamente arruinado, desde la cena sorpresa
por su aniversario de noviazgo, hasta la pelea con descargas emocionales. Una
mirada de Vicky, verla indefensa y derrotada despertó en él un instinto que solamente
conocía por ella. No conocía los motivos de la tardanza, pero en un punto entre
la entrada desafortunada y los ojos llorosos, dejó de tener importancia.
Se sentó en el escritorio de Victoria. Se
queda observando la habitación, no era muy grande pero Marcus tenía muy buen
gusto y logró remodelarlo con muebles de segunda mano. Un estilo contemporáneo.
La combinación de texturas y colores viejos era precisa y perfecta. Digna de
una portada de revista de diseño de interiores. La idea le pareció interesante,
soltó una risa y dejó caer su peso en la silla reclinable.
El departamento era de ambos, pero Marcus siempre
había sentido que ese hogar era mayormente de Victoria. Era justamente lo que
ella necesitaba para sentirse satisfecha consigo misma. Levantarse y ver todo
justo como debía estar. Era una labor constante para Marcus. Verla tranquila y sonreír,
estirarse en la cama con ruidos extraños y revolcarse en la cama, rogando por
cinco minutos más de sueño. Sus labios sabían particularmente dulces en esos
momentos. Victoria no era otra cosa que la droga más maravillosa para Marcus.
Tal vez otro hombre ni siquiera fijaría su vista en ella. Era atractiva, pero
en un sentido único. Misteriosa y coqueta en un sentido elegante y sencillo.
Tal vez Victoria sería solo una mujer más en una ciudad de millones de
personas, pero para aquellos que prestan atención a los pequeños detalles.
Aquellos que tienen ojo para la luz interior de las personas. Victoria era una
persona excepcional, sus ojos veían el horizonte con tanto anhelo que uno
desearía formar parte del verde olivo de sus pupilas para disfrutar de lo que
sea que su alma estuviera contemplando. Sin importar cuánta atención pusiera
Marcus a aquel horizonte de edificios y árboles, nunca pudo encontrar eso que
hipnotizaba por horas a Vicky. Tal vez sus ojos apuntaban hacia cualquier
punto, pero su mirada se encontraba a universos de distancia.
La
vida con Victoria no era fácil. Los contrastes amanecían en su cama
diariamente. Algunos podrían llamarla bipolar. Pero a Marcus le gustaba verla
como la luna y el sol. Había días que la fantasía montaba historias maravillosas,
cartas y escritos impresionantes sobre mundos y personajes increíbles. Todos
ellos eran preciosos. La imaginación y la facilidad con la que Victoria podía
volar y tele transportarse era envidiable. Pero por otro lado estaba esa
ambición casi absurda por comerse el mundo. Por formar parte de la red social
que odiaba. Criticaba frenéticamente la forma de vida de algunos, la soledad,
el dinero, la fama, la familia, pero al mismo tiempo añoraba pertenecer a ello
contra lo que había luchado toda su vida. Las decisiones de Victoria la
llevaron a salirse de casa de sus padres a los diecinueve años. Dios sabe que
le habría pasado si Marcus no la hubiera encontrado en la madrugada de ese día
tormentoso.
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