El fantasma (3)


3




El sonido del teléfono la asustó. El segundo timbre la levanta del escritorio, levanta el teléfono y dice. -Ella habla-. Segundos después la habitación bajó de temperatura. La sangre se le congeló completamente, dejándola como una estatua de piedra. Incapaz de moverse. Los ojos abiertos como abismos sin fondo. Con un suspiro se abre fuego, se desata el infierno. Que el mundo se calle, que todo se destruya. Que la vida se detenga por un instante. Del otro lado del teléfono se escucha.
-Hija, lo siento mucho, Marcus estaba manejando y.. Marcus no sobrevivió. -
Y las palabras se perdieron entre gritos y pesadillas. Un cuchillo se enterró en su pecho, cortando absolutamente todas sus ganas de respirar, de existir. De repente la velocidad del tiempo se aceleró. El peso de la voz de su padre se hizo real. Y ella cedió, sus ojos se bañaron en vergüenza, en miedo, en realidad. Su cuerpo se estremeció y cerró los ojos con todas sus fuerzas. Cayó de rodillas y dejó salir un gritó estremecedor. Gritó hasta que el aire y la fricción dejaron de lastimarle la garganta. Sus pulmones se quedaron sin aire y ella deseó que así permanecieran por horas. Deseó tomar la vida por el cuello y destrozarla hasta aliviarse con el sabor de la muerte. Se sentó, apoyándose contra el librero, apretando los puños y la quijada, para aliviar y desatar la ira.
Volvió a gritar una y otra vez. Golpeando el suelo con sus brazos y piernas, intentando romper con todo. Con el sueño, con la vida, y con su dolor. Continuó hasta perder la noción del tiempo, hasta que la falta de aire le robó la conciencia y redujo su cuerpo a un estado de hipnosis y tranquilidad. El pensamiento no habitaba en esa mente. No había nada
entre esos ojos perdidos en el horizonte, un horizonte sin fin. En una existencia rota, robada.
La puerta sonaba una y otra vez. Más fuerte. Golpes y gritos la llamaban pero ella no existía más. La voz de su hermano la llamaba y le pedía abrir. Le suplicaba, le advertía y por fin la puerta fue derribada. Con un intento de salvarla, de acompañarla en ese estado de muerte en vida. Ella permanecía ahí, recargada en el mismo librero, detrás del escritorio, escondida del mundo, de la vergüenza, de la realidad y de ella misma. Su hermano Santiago entró a la habitación buscándola, esperando verla desangrada en la cama, o con botellas de pastillas vacíos en la mano, los ojos abiertos y muertos.
No la encontró en la habitación y corrió al baño. Gritos desesperados y golpes retumbaron por todo el edificio. No la encontraba por ninguna parte. Ella podía sentirlo y escucharlo, pero no la era posible generar ninguna clase de sonido. Reactivar su mente implicaba cosas que no quería ni considerar. El dolor simplemente acabaría con ella, no podría sobrevivir a tanto dolor.
Otros pasos entraron, éstos se detuvieron a la altura de Victoria, unos segundos después llamó a Santiago y éste volvió corriendo. Con los ojos derramando sangre cristalina.
Corrió hacia Victoria y la abrazó con toda su existencia. El pecho caliente y los brazos rodeándola le dieron una dosis de vida. Santiago no dejaba de hablar, decía cosas, intentaba regresarla al mundo de los vivos. Le repetía. Estas viva Vicky, aquí estoy nena, ya estoy aquí, estas bien. Todo va a salir bien, estoy aquí.
Ella no estaba bien, ella lo había matado. Fue su culpa. Ella lo iba a dejar. Lo mató y ahora pagaría el precio. Ella había muerto también, no lo quería con ella, pero lo amaba con toda su alma. No lo quería muerto, no mientras ella viviera. Muerta en vida, era lo único que quedaba de Victoria. Una muerta con el corazón obstinado en seguir latiendo, en aferrarla a una vida que no quería. 

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