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El vagabundo y su perro

El carrito de supermercado caminaba cada vez más chueco. Tenia un rechinar sin remedio alguno que anunciaba el pasar de don Benito y el señor Venustiano. El señor Venustiano arrastraba ya los pies en su andar cansado, las suelas desgastadas asomaban rítmicamente los calcetines del pobre viejo, igual de pobre que viejo.     Ahí iba aquel par por la Avenida Santa Lucía, don Benito cuidaba del Señor Venustiano. Entonces en una cochera, apareció la figura de un canino enorme y negro, los tomó por sorpresa a ambos. El perro golpeó contra la reja que quedaba a penas cerrada con el peso de una cadena con su respectivo candado. La reja se movió en dirección a la calle, dejando suficiente espacio para darle escape. Don Benito no lo dudó un segundo y se avalanzó hacia el bulto negro que se dirigía a la pierna de Venustiano. Los hocicos se encontraron con pedazos de lomo, de oreja y finalmente dieron con el cuello. Benito perdía el aire, perdía sangre y perdía la batalla. Venustiano tomó un l

La Verdad Incómoda

En la oscuridad, el asfalto negro, con reflejos de la noche, lleno de olores pestilentes, asquerosos. Desechos humanos, botellas de cerveza rotas, bolsas, botellas de plástico tapizando completamente las esquinas. Montículos de incomodidad visual, de cansancio social, de hastío.  Ahí está Verónica, practicante en una oficina de gobierno, que lucha incansablemente por un puesto permanente. Uno pensaría que es una persona sumamente capaz, que quiere cambiar el mundo, pero francamente, su mayor atributo llena perfectamente su sostén 34C y sus nalgas, ellas son firmes y redondas, no muy grandes, pero suficientes para llenar su falda ajustada color beige. No es fea, no con la cantidad de maquillaje que utiliza, aunque tampoco es muy guapa. Verónica acaba de salir de una reunión que tardó más de lo normal, un error del gobernador del estado ha puesto de cabeza toda su oficina intentando excusar, arreglar, tapar, distraer la atención de los medios. Hubo gritos, hubo risas, hubo insinuaci

Baúl de Recuerdos

Baúl de recuerdos viejos. El alma guarda memoria de sentimientos y fisuras Dejan marca y crean defensas. El corazón es esta cosa, vulnerable y necia.  Que intenta conectarse constantemente con la mente Que quiere perderse en el mundo, quiere vivirlo todo No tiene miedo de principio, se entrega y se deja ser. Es lastimado, por cualquier motivo, intencional o no intencional.  Esta es una carta para ti. Puede que la leas, puede que no.  Esto que siento no tiene nombre, pero si tiene rostros, tiene recuerdos.  Mi corazón es capaz de amarte,  y al parecer hay espacio también para sentimientos más ácidos. Estoy molesta, estoy herida y me he vuelto esta persona sumamente fría y carnal.  Es exactamente lo que no quiero.  No quiero pensar en ti, no quiero pensar que puede existir un nosotros,  cuando no existe desde hace mucho. No puedo evitar extrañarte.  Aunque ya es un sentimiento que comparte espacio con otros.  Mi mente

El Viaje de las Palabras

   Una palabra no significa nada por si misma. Porque una palabra no significa nada si no hay alguien que le de la importancia, que la cargue de su significado, que la haga sentir entendida, relevante, y existente. Los caracteres flotan en lo absurdo, s us formas curvas y rectas, sentencian a muerte la libertad de solo existir. C argados de responsabilidades asignadas a sus símbolos .     La mente humana es un territorio ya domesticado por las palabras. Como caballos entrenados a correr tras un golpe del talón en las costillas. Condicionados hasta el punto de intentar darle sentido a aquello que no lo tendrá jamás.  El lenguaje no es otra cosa que la encriptación de un mundo lleno de posibilidades; encerrado, minimizado y cosificado para poder reproducirse a otros. Creemos entender el universo y sus reglas, sus sinergias, su belleza. Qué tontos y qué ilusos somos.     Y es que la palabra  Atardecer  no guarda los rojos, los magenta, los morados, los anaranjados.

Sentimientos encontrados

    Fabricio se encontraba escribiendo en la mesita de la esquina de su café favorito. Algo en el ambiente de ese lugar lo hacía sentir mas relajado, el ruido de las conversaciones ajenas, a las que ocasionalmente entraba, el caminar de las meseras con sus trajes típicos mexicanos. El café no era particularmente bueno, pero el servicio incluía líquido infinito, perfecto para amantes de la cafeína y los versos.     Era una tarde un tanto fría. Las nubes creaban un filtro grisáceo. El color de la naturaleza resaltaba en sus distintas tonalidades verdosas. Algunas gotas inofensivas refrescaban a los transeúntes que se negaban a admitir la humedad de la lluvia, así que resistían a paso firme ahí, mojándose de a poco. Fabricio traía sus audífonos puestos. Un playlist especial para la novela que estaba escribiendo. Algo lo hacía pensar que si mantenía el mismo artista durante todo el proceso, la obra mantendría un matiz más uniforme, más coherente. Los dedos golpeteaban el teclado de

La cita de las 5 y media

–Doctor, necesito ayuda– Dijo Martha. –Para eso estas aquí, dime qué es lo que pasa. – Dijo el doctor, mientras se acomodaba sus gafas enormes con montura dorada. –Doctor, temo que mi hijo se ha vuelto loco, o algo peor. Hoy en la mañana lo encontré hablando solo.–  La mirada de Martha estaba clavada en sus manos, que se movían inquietas. El doctor no pudo evitar hacer una expresión de incredulidad. Soltó una pequeña risa y contestó. –Martha, tu hijo es muy pequeño aún, es normal que tenga amigos imaginarios. A muchos chicos les ayuda a sentirse escuchados. No es nada de que preocuparse, quizá solo necesita un poco más de atención, es todo. –Doctor, usted no entiende. Mi niño habla de cosas que no tiene forma de saber. Sostiene una conversación como si fuera un adulto. Y cuando le pregunto con quién habla, parece no darse cuenta de que estaba hablando con nadie, me responde que sólo está jugando con sus carritos. Estoy asustada doctor, lo hablé con mi hermana y me

La Visita Nocturna

    Manolo navegaba entre las calles de su ciudad. Con Foo Fighters en sus audífonos, el peso de los pedales de su bicicleta era más ligero. El viento, aún frío por el invierno que se resistía a marcharse, le congelaba las orejas. Manolo se subió el gorro de la sudadera gris. Un par de baches en el camino amenazaron con tirarlo, conductores ebrios, uno que otro peatón, personas despidiéndose fuera de sus casas, mujeres ofreciendo servicios sexuales, gatos en busca de compañía corriendo debajo de los coches. Una noche completamente normal en una ciudad, el fin de semana se escuchaba en los bares, gritos y música alta en los autos que pasan a toda velocidad.    Dos cuadras y gira a la derecha, media cuadra y ahí está. Portón de rejas negro, jardinera iluminada con focos, palmeras y la banqueta un poco rota. Manolo intentó no hacer mucho ruido, había luz dentro de la casa, estacionó la bici detrás de un árbol grande en la acera de enfrente. Se sentó en la banqueta y sacó su celular p