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Tiempo

  La felicidad consume mayor cantidad de tiempo. Cuando uno es feliz, las horas se consumen a velocidades sorprendentes. ¿Por qué sucede tan rápido? ¿Por qué no puede uno controlar la percepción para disfrutar un poco más, incluso pausar ese momento para apreciarlo, como si fuese un lindo paisaje.   ¿Es el tiempo entonces, un personaje cruel, que se alimenta de la felicidad? Deberíamos quizá hacer una revuelta, tomarlo por sorpresa, aprisionarlo y cuando esté distraído podríamos  tomar el tiempo que nos corresponde, y si tenemos suerte, podríamos devolverle la eternidad de los momentos tristes. Porque nadie quiere vivir la espesura del término de una relación, o la muerte de un familiar, o la pérdida de un bien importante.   Uno recuerda entonces, que los momentos que realmente nos definen son aquellos que nos ponen a prueba, aquellos que nos hacen sentir impotentes, que nos obligan a superarnos, a ponernos de pie cuando creemos que no nos es físicamente posible. La felicidad es

El Juego de las Sombras

El timbre de inicio de clases acaba de sonar. Calvin baja de la camioneta tipo SUB de su padre, se despide rápidamente y emprende la carrera para evitar el castigo por llegar tarde. El camino al salón estaba casi despejado, unos cuantos estudiantes corren a sus respectivas aulas. Calvin sube un par de niveles para llegar al pabellón de cuarto grado, el salón número tres con la letra C grabada en la puerta. Calvin tuvo que tocar la puerta, pues la maestra ya se encontraba al frente hablándole a sus compañeros. Calvin espera respuesta, y por fin la maestra abre la puerta. Le pide que tome asiento después de anotarse en la lista de los retardos, una cartulina pegada en la pared del pizarrón.    Aquella lista condenaba a sus integrantes a quedarse 5 minutos dentro del salón después del toque del receso, sólo restarían veinticinco minutos para comer y jugar un rato. Podía significar poco, pero en tiempo juego 5 minutos son la diferencia entre ser el jugador estrella, o uno del montón.

Labios secos.

D esperté con la boca completamente seca, mi garganta me raspaba y no pude hacer otra cosa que levantarme de la cama. Intenté generar un poco de saliva para aliviar mi desesperación, pero no sucedió. Entré al cuarto de baño, vi mi reflejo en el espejo, mi cabello desaliñado, con una gruesa capa aceitosa, mi cara tenía una marca de lado a lado generada por la almohada. Quise ahorrarme el impulso de abrir el grifo, pero fue casi instintivo. No sucedió nada. Ni un ruido en la cañería, ni una gota, absolutamente nada. Una desesperación, similar al frenesí que uno siente al estar enamorado, en la boca del estómago, se apoderó de mí, vértigo. Quise llorar, en verdad lo intenté, pero no había más líquidos en mi cuerpo para cumplir con mis caprichos emotivos. Lo más parecido a algún líquido fue un spray para esconder el mal aliento. La sensación húmeda fue reconfortante para mi lengua.    Caminé hacia la cocina, mientras buscaba algo en el refrigerador casi vacío, me llamó la atención la ca

La Puerta se Abre

Por Karla Gunz Son las dos con seis minutos, eso marca el reloj en la pantalla de Julia. Ella es una mujer exitosa, a sus treinta y uno es dueña de una empresa de marketing digital y publicidad, la inició junto con un par de colegas, pero con el tiempo y varias disputas de por medio quedó solo ella. Julia tomó un sorbo de su café negro, ya tibio, amargo. Sostuvo la taza por un rato, como si esperara a que se enfriase, finalmente la dejó sobre el plato de porcelana y siguió escribiendo. Una idea nada brillante, pero así es como le suceden las mejores, comienza escribiendo tonterías y después de llenarse las venas de cafeína e insomnio, la creatividad fluye. Una campaña para mejorar la imagen de una empresa que sufrió un escándalo por sus niveles de azúcar en sus alimentos. Normalmente Julia pide a sus becarios que generen lluvia de ideas, y entonces comienza el trabajo, pero los chicos estaban de vacaciones en la universidad y el proyecto tenía que presentarse en una semana.

Batalla lunar

Hombre apunta sus ojos distantes al horizonte. Este no lo llena, no lo reconforta. Gira a un lado, a otro, busca en las sombras de los árboles, en el reflejo del mundo en los charcos del asfalto. Nada. El viento lo acaricia y se burla de él. Sus brazos entran en guardia y erizan sus bellos. Se prepara para la batalla, el hombre suspira fuerte, vacía todo el contenido de sus pulmones como señal de poder y fuerza. Aprieta los puños hasta mostrar las venas. El aire entra nuevamente y hace combustión en sus entrañas, quién sabe dónde, pero muy profundo, y duele. El hombre entra dentro de sí mismo, y navega sus recuerdos. Sus palabras desbocadas, sus pasos erróneos dejan huella en una superficie blanda y sensible. el hombre quiere dejar de ser él, para ser otra cosa, lo que fuese, pero él no. Una luz azul penetrante lo saca, lo inunda y lo expone. El hombre alza la vista, y ahí, bien alto, la luna lo mira de vuelta. La batalla es sangrienta y despiadada. El hombre no

El vagabundo y su perro

El carrito de supermercado caminaba cada vez más chueco. Tenia un rechinar sin remedio alguno que anunciaba el pasar de don Benito y el señor Venustiano. El señor Venustiano arrastraba ya los pies en su andar cansado, las suelas desgastadas asomaban rítmicamente los calcetines del pobre viejo, igual de pobre que viejo.     Ahí iba aquel par por la Avenida Santa Lucía, don Benito cuidaba del Señor Venustiano. Entonces en una cochera, apareció la figura de un canino enorme y negro, los tomó por sorpresa a ambos. El perro golpeó contra la reja que quedaba a penas cerrada con el peso de una cadena con su respectivo candado. La reja se movió en dirección a la calle, dejando suficiente espacio para darle escape. Don Benito no lo dudó un segundo y se avalanzó hacia el bulto negro que se dirigía a la pierna de Venustiano. Los hocicos se encontraron con pedazos de lomo, de oreja y finalmente dieron con el cuello. Benito perdía el aire, perdía sangre y perdía la batalla. Venustiano tomó un l

La Verdad Incómoda

En la oscuridad, el asfalto negro, con reflejos de la noche, lleno de olores pestilentes, asquerosos. Desechos humanos, botellas de cerveza rotas, bolsas, botellas de plástico tapizando completamente las esquinas. Montículos de incomodidad visual, de cansancio social, de hastío.  Ahí está Verónica, practicante en una oficina de gobierno, que lucha incansablemente por un puesto permanente. Uno pensaría que es una persona sumamente capaz, que quiere cambiar el mundo, pero francamente, su mayor atributo llena perfectamente su sostén 34C y sus nalgas, ellas son firmes y redondas, no muy grandes, pero suficientes para llenar su falda ajustada color beige. No es fea, no con la cantidad de maquillaje que utiliza, aunque tampoco es muy guapa. Verónica acaba de salir de una reunión que tardó más de lo normal, un error del gobernador del estado ha puesto de cabeza toda su oficina intentando excusar, arreglar, tapar, distraer la atención de los medios. Hubo gritos, hubo risas, hubo insinuaci